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Santiago Sarandón habla sobre la siembra directa: “Vino bien en un momento donde había un exceso de laboreo, pero se transformó en una religión, algo dogmático e intocable”

Fuente: Bichos de Campo 21/07/2021 12:52:53 hs

“La siembra directa fue una tecnología que vino bien en un momento donde había un exceso de laboreo; el problema es que se transformó en una religión, en algo dogmático, intocable”. Santiago Sarandón es ingeniero agrónomo, investigador y docente (jefe de Cátedra) de la Universidad Nacional de La Plata. “Venimos de una idea muy simplista,

“La siembra directa fue una tecnología que vino bien en un momento donde había un exceso de laboreo; el problema es que se transformó en una religión, en algo dogmático, intocable”. Santiago Sarandón es ingeniero agrónomo, investigador y docente (jefe de Cátedra) de la Universidad Nacional de La Plata.

“Venimos de una idea muy simplista, de creer que podemos dominar la naturaleza, pero lo cierto es que no podemos reducir la realidad a una parcela experimental y luego querer aplicarlo a la finca real”. Sarandón, es también, presidente de la Sociedad Argentina de Agroecología y presidente honorario de la Sociedad Científica Latinoamericana de Agroecología (SOCLA).

-La siembra directa se posiciona como un sistema productivo que cuida el suelo. ¿Cuál es su visión como científico?

-Que ubicada en su correcto lugar es eficiente, pero no indiscutible. Puede ser una buena alternativa en suelos con gran riesgo de erosión o con fuertes declives pero también ha generado y genera daños colaterales.

-¿Cómo cuáles?

-Nuevas malezas que aparecen, justamente, al no removerse el suelo; la compactación subsuperficial del suelo cuando se siembra con humedad, y los ritmos de disponibilidad del nitrógeno que se retrasaron por la menor temperatura y la falta de aireación. O sea que, como toda técnica, por un lado arregló algunas cosas y, por el otro, las complicó porque se excluyeron prácticas muy útiles como la labranza vertical (que no da vuelta el pan de tierra) que de pronto se tornaron inaceptables. Además, en este escenario se empezó a poner más fertilizantes y, para eliminar las malezas, más herbicidas.

-¿Son un problema los agroquímicos?

-Hablemos claro: dentro de los agroquímicos tenemos los fertilizantes y los plaguicidas. Estos, como su sufijo cida lo indica (“que mata, que extermina”, del latín), tienen el objetivo, han sido formulados para eliminar alguna forma de vida. La aplicación de un herbicida está asociada a la muerte y no solo de las hierbas problema, sino también puede afectar a otros seres vivos.

-Sin embargo hay muchos estudios que aseguran que, bien usados, no dañan al ambiente ni a la salud.

-No conozco esos estudios particulares, pero no creo que pueda demostrarse científicamente que no hagan daño. Lo que ocurre es que los ensayos de toxicidad, se realizan en modelos muy simples donde no se evalúan efectos crónicos a largo plazo, que quizás se verán en 20 años, ni los efectos combinados de productos. Un herbicida no pasa por 20 años de testeos antes de ser aprobado para su uso… Además, como factor colateral no siempre hablamos de mortandad sino, también, de producir un mal funcionamiento en los organismos u otros seres. Y de esto sí hay pruebas. Por otro lado, la afirmación de que “bien usados no hacen daño” desplaza la responsabilidad hacia quienes aplican, o sea los y las productoras, que son, en definitiva, los clientes de quienes los responsabilizan.

-¿No hay ensayos que aseguran que ya a 100 metros no hay incidencia, por ejemplo, de una aplicación de glifosato?

-Sí, pero no son categóricos. Lo único que se pudo demostrar fue que el papel hidrosensible con el que se hacen esos ensayos no dio muestras de agua en un radio de 100 metros. Pero que el papel no haya detectado gotas de agua de la pulverización con herbicidas no significa que no haya deriva, es decir, no significa que la molécula no esté presente en el aire. Por ejemplo, si entra una persona perfumada a una habitación uno la huele, aunque un papel hidrosensible no la registre. Pero eso no importa porque el problema es la molécula, no el agua.

-No termino de entender… Si hay pruebas de que los plaguicidas dañan la salud y el ambiente, ¿por qué se defienden a ultranza?

-Hay varios factores. Creo que el primero es el miedo al cambio. Aceptar lo que plantea la agroecología, que es un nuevo paradigma, es tomar la pastilla roja de Matrix y enfrentarse a que vivimos en un mundo artificial y que se está desmoronando, un mundo donde parecía que ciertas cosas no sucedían, pero están sucediendo. Si yo acepto lo nuevo debo replantearme todo y se me derrumba el “edificio” laboral, personal y hasta de estatus social que he construido. Por eso muchas personas aunque saben o sospechan que esto es así, pueden pensar: “Bueno, que se derrumbe todo pero no mientras yo esté en actividad” y siguen defendiendo este modelo de producción basado en insumos.

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-Una crítica que se le hace a la agroecología es que trajo ideología a la ciencia…

-Es interesante porque, justamente, creer que la ciencia es “neutra” … ¡es una ideología!

-Pero la ciencia es ensayo y error. ¿Cómo que no es neutra?

-Es que no puede serlo: siempre tendrá una ideología porque la ciencia parte de una pregunta y esa pregunta siempre es ideológica, porque es un ser humano (con ideologías, lo sepa o no) quien la formula. Por ejemplo, tomar al rendimiento por hectárea como la principal variable o entender al productor como un sujeto sin particularidades, responde a un paradigma de investigación. ¿Y qué es un paradigma? Un conjunto de ideas dominantes, o sea, una ideología.

-Pero si no lo es, ¿por qué históricamente se dice con vehemencia que la ciencia es neutra?

-Para sostener una ideología que coloca al científico en un lugar superior e indiscutible, como un sujeto que tiene la razón, la verdad y la certeza. Por eso también la agroecología es muy resistida: porque hemos sido criados con la idea de que la ciencia es dura, impoluta, que no tiene sesgos y que por eso es buena. Que es un lugar seguro donde nos podemos refugiar.

-Entonces la ciencia no es la fuente de verdad absoluta…

-Es que vivimos en un mundo complejo y la complejidad implica incertidumbre. Y la ciencia es de este mundo, por lo tanto está obligada a tener en cuenta esa incertidumbre, si no es fanatismo, ignorancia o interés disfrazado de investigación. Sin ir más lejos: cuando yo estudiaba en la facultad se permitían plaguicidas que hoy están totalmente prohibidos, entonces, ¿en qué momento la ciencia tuvo razón?

-Sus argumentos me dejan pensando. Haciendo analogías, a veces parece que lenguaje inclusivo, feminismo y agroecología enojan por igual…

-Es que la agroecología y estos movimientos mencionados tienen en común que ponen en riesgo un capital simbólico legitimado que quien lo tiene no está dispuesto a soltar. Centrándome en el mundo agropecuario, por ejemplo, ser un asesor de grandes superficies, usar modernas tecnologías como drones y sofisticada maquinaria da estatus y te posiciona de una manera en la sociedad. Y si todo eso deja de tener valor, ese estatus, cae.

-A ver si entiendo. ¿La resistencia a la agroecología es en verdad por no querer cambiar pero se disfraza con el argumento de que no es científica ni rentable?

-La agroecología es una revolución de pensamiento y de producción. No se trata sólo de nuevos conocimien­tos o de otra tecnología; tampoco se refiere sólo al uso de productos menos tóxicos, es mucho más que eso. Es la construcción de una nueva re­lación del ser humano con la naturaleza, es asu­mir la complejidad y la incertidumbre como algo inherente a los sistemas biológicos y sociocultu­rales y es recuperar el respeto por los otros seres.

-Se argumenta que sus rindes son bajos y que por eso no se la puede tomar muy en serio…

-Éste es uno de los mitos que restringe su potencial. La agroecología no es un modelo adecua­do sólo para productores de pequeña escala, sino que es una ciencia con la cual se pueden diseñar y manejar agroecosistemas capaces de producir alimen­tos en cantidad, calidad nutritiva e inocuidad para alimentar a todos los seres humanos.

-También se dice que lo que Argentina necesita son divisas y que es el modelo actual el que las puede generar…

-Nada impide que la agroecología pueda producir un exceden­te para exportar y obtener divisas. Lo que pasa es que acá se trata de pensar la producción de otra manera, por ejemplo en vez de pensar cómo ataco esta plaga, debo entender por qué apareció. El modelo actual productivista y atado a insumos lo que hace es tapar síntomas y luego surgen otros problemas, como la degradación de los suelos, del aire y la contaminación de las aguas, entre muchos otros. Pero nadie puede aprender cosas nuevas contra su voluntad; para aprender algo hay que cuestionar lo establecido y dialogar con lo nuevo.

-¿Y hay muchos productores que se están pasando a la agroecología?

-Cada vez más, porque es un modelo científico mucho más racional y quien lo conoce en profundidad no vuelve para atrás: una vez que una persona entiende que lo que aplica en sus cultivos es veneno, nunca pero nunca más vuelve a hablar de ´fitosanitarios´.

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