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El agrónomo que vuela: Aunque no pudo concretar su sueño de ser piloto, Juan Miqueri se enamoró del trabajo en el campo y viaja por él en paramotor

Fuente: Bichos de Campo 30/05/2024 08:43:42 hs

Nunca abandonen un sueño, porque la oportunidad de concretarlo puede surgir en cualquier momento… incluso de las maneras más extrañas: “Un día, entrando a la ciudad, vi a dos chicos con dos paramotores. No tenía ni idea yo que había eso en Goya. Paré en el medio de la calle con balizas me bajé y

Nunca abandonen un sueño, porque la oportunidad de concretarlo puede surgir en cualquier momento… incluso de las maneras más extrañas: “Un día, entrando a la ciudad, vi a dos chicos con dos paramotores. No tenía ni idea yo que había eso en Goya. Paré en el medio de la calle con balizas me bajé y les pregunté si podían enseñarme, que mi sueño era volar”.

El relato sucedió hace no muchos años. Quien suscribe es Juan Elías Miqueri, un agrónomo correntino que de chiquito tenía el sueño de ser piloto de aviones. Lo intentó, pero no se dio, y estudió agronomía. “Hoy en día estoy en casa, escucho que pasa un avión, y dejo lo que estoy haciendo para salir a verlo… como una criatura”, relató durante el capítulo número 90 de El podcast de tu vida.

Nació en 1988 y se “malcrió” -así dice él mismo- en un pequeño pueblo del norte correntino llamado Mburucuyá. Viene de una familia de educadores: su papá maestro, su mamá profesora de educación física.

Desde chico le gustaron los aviones, tal es así que a los 18 quiso inscribirse para ser parte de la Fuerza Aérea Argentina. Como no pudo, ese año trabajó ayudando en un campo familiar y campos de amigos. Allí se enamoró de la agronomía, pero el anhelo de volar le seguía dando vueltas en la cabeza. Pasen y escuchen porque esta historia con “el agrónomo del aire”, vale la pena…

-Contame de tu infancia, ¿Dónde naciste y creciste? ¿En qué contexto familiar?

-Vengo de un pueblito Mburucuyá, que está a 160 kilómetros al sudeste de la capital de Corrientes. Nací en 1988. Mi familia está compuesta por mis padres, casados en segundas nupcias. Tengo un hermano por parte de mi padre y uno por parte de madre, David y Marcelo, respectivamente. Y después de mí nació mi hermana, Nair. Una vez terminada la secundaria me fui a estudiar a la capital de Corrientes.

-¿Y qué te fuiste a estudiar?

-Yo quería entrar a la Fuerza Aérea, nada más que eso. Pero por desinformación, cuando terminé la secundaria llegué tarde a inscribirme, en diciembre, la inscripción se había cerrado en noviembre. Me quedé ese año en Mburucuyá, haciendo cosas, trabajando en el campo con mi hermano de parte padre que tiene un campito ahí cerca y campos de amigos. Ahí me fui afianzando en la parte productiva. Hasta que a fin de año volví a Corrientes para prepararme e ingresar en la Fuerza Aérea. La rendí y no pude ingresar y al siguiente año sí ya ingresé a Agronomía. Un cambio radical. Me recibí en 2017.

-¿Qué era el campo para vos de más pibito? Porque tus viejos venían del palo de la educación, nada que ver con el campo…

-Mis primeros vínculos con el campo vienen de una amistad con un chico que se crió en Buenos Aires, pero toda su familia es de Mburucuyá, y el venía en las vacaciones de invierno y de verano. Lo primero que hacía era dejar el bolso y venir a buscarme a casa. Yo tenía 9-10 años y Juanjo 12-13. Nos íbamos al campo. En esa época de más chicos, la ida al campo era una aventura. Me acuerdo que mi madre me llevaba hasta la casa de él, 4 de la mañana, un frío en invierno tremendo. Me acuerdo que en esa época había una de las cuadras que no tenía luz y a mí me daba miedo. Y nos íbamos en carro porque el campo quedaba a unos 12 kilómetros del pueblo. Nos íbamos con el papá o con el tío de él. Todo eso fueron los inicios de mi vínculo con el campo. Gratísimos recuerdos. Y después repetíamos lo mismo en verano. En julio se daban las yerras y de chicos andábamos atrás de los mayores, cebando un mate, ensillando un caballo, yendo a buscar hacienda, ayudando en lo que se pueda.

-¿Y qué olores te quedaron de esa época?

-Y, un olor de esa época es cuando vas al galpón y agarrás la montura para ensillar el caballo, ese olor a cueros. Después ya más de grande, terminada la secundaria, ese año que te dije que no pude entrar en la Fuerza Aérea, ahí sí ya iba a trabajar con todo.

-¿Identificás algún momento en el que haya aparecido el sueño de volar? Porque con todo esto que me contás de chico, con tu amigo, y esos lindos momentos de campo, yo hubiera jurado que tu primera opción era agronomía o veterinaria… algo para estar en el campo…

-De chico, te diría casi de nacimiento, hasta hoy me encantan los aviones. Hoy en día, si escucho un avión dejo lo que estoy haciendo y me voy afuera para verlo… como una criatura. Me encantan. Fue un poco reforzado por mi padrino. El esposo de la hermana de mi mamá, vive en Buenos Aires, y de chico cuando nos íbamos a visitar a mis abuelos a Buenos Aires, mi padrino me llevaba a Aeroparque, estacionábamos ahí, tomábamos unos mates, y veía los aviones aterrizar y despegar. Eso me quedó hasta hoy. No me voy de Buenos Aires sin pasar y tomar unos mates mirando los aviones. Y cuando terminé la secundaria lo único que quería era ser piloto. También por cierto afecto a la parte militar. Por eso la Fuerza Aérea era mi sueño también.

-¿Tenías un simulador, no?

-Sí, ya estudiando agronomía fue eso. Tenía un amigo que tenía un simulador, me lo prestó, lo instalé en la computadora y ahí aprendí los términos más técnicos de la aeronáutica. Es un simulador que se usa en una escuela de piloto privado. Asique hacía mis horitas de vuelo amateur… ja, pero ya me sentía un piloto. Nunca abandoné el sueño de volar en serio. Es así que cuando me recibí empecé a juntar moneditas, pesito por pesito, pero se fue poniendo cada vez más difícil, hasta que me encontré con el paramotor.

-Claro, vos me habías contado que un día, volviendo de laburar, de un campo, te encontraste con unos pibes que estaban haciendo paramotor y quedaste alucinado…

-Eso no fue hace mucho. Yo actualmente estoy viviendo en Goya, también de Corrientes. Y un día, entrando a la ciudad vi a dos chicos con dos paramotores, no tenía ni idea yo que había eso en Goya. Entonces paré en medio de la calle con balizas, y me bajé y les pregunté si podía ver lo que estaban haciendo, que mi sueño era volar. Les pregunté si eran instructores. Y así se convirtieron en mis instructores y amigos fuertes de la vida, Germán y el Rober. No eran instructores pero me dijeron que podían enseñarme lo que ellos habían aprendido.

-¿Y cómo arrancaste?

-Empezamos yendo a campos de amigos y al aeroclub, me empezaron a instruir en las partes de la vela, del motor. Al año siguiente llegué a comprar el parapente, y después de un año y medio el paramotor. Aclaro que ellos me decían que hay que ir a un instructor capacitado, pero yo no quería porque me quedaba lejos, los fines de semana me quedaba poco tiempo, tenía que ir a Corrientes capital, entonces fui empezando de a poco y en febrero ya va a hacer un año que empecé a volar, tengo actualmente 22 horas de vuelo. Y estoy feliz. Espectacular.

-¿Cuánto tardás en volar? Hay toda una primera parte teórica, con los pies en el piso…

-En lo personal me llevó tiempo porque tenía poco para dedicarle al aprendizaje. Y cada vez que lo hacía era con todo, muy responsablemente. Me llevó entonces casi un año volar, pero cualquier persona que se dedique lo podría lograr en menos tiempo.

-¿Empezás con asientos dobles?

-Se puede, pero lo mío, como fue muy amateur, fue con la ayuda de los chicos. Ellos me prestaron un arnés, ahí te atás la vela, te ponés de espalda al viento, entonces la vela se va a remontar adelante tuyo, para que la veas y vayas viendo qué va pasando. Y agarrás las bandas que manejan el parapente con los pies en el piso, y vas viendo qué pasa si hacés una cosa y otra cosa. Me enseñaron cada partecita del parapente. Primero con poco viento, después con un poco más de viento. Y así fui empezando a practicar. Después de un tiempo logré ya hacer las cosas sin mirar y entonces me puse de frente al viento, que es como se empieza a volar. El objetivo es que la vela esté arriba tuyo y mantenerla ahí.

-¿Y después?

-Una vez que aprendí todo lo de la vela empezamos a tornear. Me ataron a una soga y con la vela desplegada ahí sí despegás pero a baja altura. Te remontan digamos, entonces primero a un metro, después a 4-5, después más arriba. Y vos vas experimentando todo eso que aprendiste con los pies en el piso pero apenas en el aire. A medida que estás más alto practicás los giros y, sobre todo, el aterrizaje. Para mí fue la parte más difícil.

-¿Cuándo aparece el motor? Porque hasta ahí es sin motor…

-Si, una vez que tenés bien aceitados esos movimientos ahí le sumás el motor. Que es una gran aventura y cambia bastante. Yo al principio tenía miedo. Ponerte un motor en la espalda, que lo acelerás y escuchás el ruido de las aspas atrás tuyo creeme que te da miedo. Pero eso dura un día, porque después la locura y el fanatismo gana. Pero antes de eso ya habíamos estudiado todas las partes del motor. Vos tenes que saber que en aeronáutica tenés que controlar cada tornillito, limpiarlo a fondo, revisar. Tenés que ser meticuloso porque no te perdona.

-¿Tenés alguna anécdota?

-Bueno, si, en el primer despegue con paramotor lo rompí. Yo estaba conectado con mi instructor vía handy, que me dice lo que tengo que hacer. Yo empecé a correr, fui acelerando, ya con la vela arriba, y del miedo no acelero lo suficiente, la vela empieza a sustentarme, ya estaba corriendo en puntas de pie, pero me faltaba. Y mirá que miré videos, estudié, y siempre el error en el primer despegue es sentarse antes, y yo decía, no me voy a sentar antes, ¿y qué hice? Me senté antes. Jaja. Cuando le cargué los 95 kilos y se me vino para abajo, pega el chasis en el motor y se desintegraron las aspas.

-¿No podés hacer en Corrientes parapente? Sin el motor digamos… porque yo hice una vez parapente, tirándome desde una montaña en San Luis, y el motor agrega un ruido que quizás uno prefiere no tener en medio del cielo, volando…

-El parapente nace en la montaña. Desde una cornisa, los vientos pegan ahí, ascienden, eso hace que te sustente la vela del parapente. Eso es vuelo libre. Acá no hacemos eso porque no tenemos montaña. El cerro más alto tiene 80 metros creo. Es muy llano. Pero sí se hace torno, que es lo que hice mientras estaba aprendiendo. Te remontan con una soga, primero unos pocos metros, después 50, 100, 200 metros y ahí volás. Cuando te tornean o remontan con una camioneta o con un auto vos quedás volando.

-Ahí te ayudan las térmicas…

-Para los que no conocen, en el aire, sobre todo en el mediodía, cuando hace calor, hay vientos ascendentes que se llaman térmicas. Que es lo que vemos en el campo cuando las chalas de los maíces o rastrojos que se van para arriba. Cuando vos estás volando vas buscando esas térmicas, hay aparatitos sonoros que se van agudizando cuando vas subiendo, porque vos no las sentías en el aire. Es lo mismo que cuando ves o los pájaros, caranchos, cuervos, que están con las alas quietas y volando, están en una térmica. Cuando hacés parapente, vas siguiendo a eso pájaros. Si la térmica es buena, fuerte, subís mucho. Vos reemplazás térmicas con el motor en el paramotor.

-¿Una vez que subís podés frenar el motor y quedarte planeando entre térmicas como si fuera parapente?

-Sí, claro, una vez que agarrás la altura, 600, 1000 metros, hasta donde te de el coraje y el motor, yo nunca hice un vuelo muy alto pero habré llegado a 1000-1100 metros. Y ahí apagás el motor. O si se para por una falla empezás a descender y buscás un lugar para aterrizar. Alguna vez lo he hecho y es espectacular.

-¿Qué hay de cierto que has hecho recorridas por los cultivos ya crecidos, como por ejemplo un maizal, con tu paramotor? Otros usan los drones che…

-Las primeras horas de vuelo las hacía con mis instructores, alguien al lado. Ahora que ya tengo más práctica. Y sí, cargo el paramotor en la camioneta y si da remonto y en la cabecera y sobrevuelo el cultivo. Ojo, no lo dije, las térmicas también son peligrosas porque una térmica fuerte te puede asustar. Y bueno, el otro día recorrí dos campos, uno pegado al otro, y despegué en uno y aterricé en el otro. No entendían nada los muchachos.

-Llegamos a una parte linda y distinta de este Podcast de tu vida, el pin-pong, en el que hablamos de otras cuestiones, no necesariamente de trabajo. Y la primera tiene que ver con algún lugar que hayas conocido y digas, está buenísimo, que recomiendes…

-Me gustó mucho hace unos años conocí el sur, porque el punto más austral que conocía era Bariloche, cuando fui con el viaje de egresados del secundario. Conocí Calafate y me encantó. Me quedaron otros lugares pendientes del sur para volver con el auto.

-¿Cómo despejás tu cabeza? ¿Qué hacés para bajar la adrenalina? Supongo que a veces con el paramotor…

-Más o menos, porque el paramotor lo uso más que nada el fin de semana en ese plan. Porque mientras tomo un mate lo limpio, lo acomodo. Pero generalmente mi desenchufe es un mate, una picada y una conversa con amigos. O algo de ejercicio también.

-¿Qué tan buen cocinero sos? ¿Tenés alguna comida que te haga quedar bien?

-Y… comida, como cocinero no tengo para lucirme, digamos. Vivo solo desde los 18 años asique me las tuve que amañar, y aprendí algunas cosas de mi madre. Pero en la parrilla sí, incluso estudiando teníamos un emprendimiento con dos amigos de la facultad que hoy son colegas agrónomos, que se llamaba “Asadores correntinos” y los fines de semana nos hacíamos la changuita haciendo asados para cumpleaños, casamientos y otros eventos.

-Si pudieras tener un súper poder, ¿Cuál te gustaría tener? No podés decir volar porque ya está…

-Vos sabés que yo, en las encuestas que te hacen antes de ingresar a los trabajos, cuando me preguntaban qué me gustaría hacer ponía volar. Ahora ya está, felizmente. Pero por mi situación actual laboral, me gustaría saber qué piensa la otra persona, capaz puedo vender algún agroquímico más.

-Si pudieses viajar en el tiempo, ¿A dónde te gustaría ir? Me refiero a algún momento en tu vida o a algún momento de la humanidad.

-Y me emociona pensar en poder ver un rato a mi abuelita, la mamá de mi mamá. Yo me crié prácticamente con ella, porque mis padres son docentes y trabajaban todo el día en la escuela. Sería muy buena. Ella se murió cuando yo tenía 8 años, fue el golpe más fuerte de mi vida. Fue la pérdida más grande. Estar un ratito con ella me encantaría. Se llamaba Juana, de ahí mi nombre, Juan.

-Esa abuela tenía una comida rica seguro, de esas buenas, buenas…

-Sí, uf… Claro… hasta el día de hoy tengo grabado el guiso que hacía mi abuela que nunca más lo volví a probar.

-¿Otro viaje en el tiempo? Creo te habías quedado con contarme otro…

-Sí. De chico fui fanático de Malvinas. Si vos me decís, me gustaría caerme en algún momento, en el frente de batalla, qué se siente, formar parte de eso. Sería un lugar que me gustaría visitar un rato.

-Bueno, bien. Para terminar, te pido que elijas un tema musical.

-Hay un chamamé que se llama “Por este sueño azul”, de Mario Prieto Linares, del grandioso Grupo Reencuentro. Y si no, para ir a algo más general, “Por mil noches” de Airbag.

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