Memorias de un ganadero uruguayo: ?Si queríamos buena carne, debíamos cruzar a comerla en Avenida Corrientes. Después fue al revés?, afirma Mauricio Rodríguez
Mauricio Rodríguez (58) es veterinario y pertenece a la quinta generación de una familia con honda tradición ganadera del Uruguay. Hoy es un gran referente del rubro pecuario en su país, debido a su variada trayectoria de años, como gremialista y luego como militante de los grupos CREA. Además, como asesor productivo a inversores nacionales
Mauricio Rodríguez (58) es veterinario y pertenece a la quinta generación de una familia con honda tradición ganadera del Uruguay. Hoy es un gran referente del rubro pecuario en su país, debido a su variada trayectoria de años, como gremialista y luego como militante de los grupos CREA. Además, como asesor productivo a inversores nacionales y extranjeros y como directivo de la Asociación de Criadores de Aberdeen Angus.
Cuenta Mauricio que su padre era abogado y por ese motivo nació en la ciudad de Montevideo, pero su familia paterna estuvo siempre arraigada al campo, incluido su padre. “Todas las vacaciones y feriados largos, íbamos a pasarlos al campo, en la zona de Cerro Largo y Treinta y Tres, al Noreste de nuestro país -comenta-. Siempre me gustaron mucho los caballos, el ganado vacuno, y por eso elegí la profesión de veterinario de animales grandes, que hasta hoy llena mi vida”.
“Mientras estudiaba mi carrera -continúa- empecé a trabajar en un laboratorio de productos veterinarios, que me llevó a hacer toda una carrera dentro de la industria farmacéutica, durante 15 años. Eso me llevó a viajar por el mundo, con 25 años anduve por todos los países vecinos y también en Australia, Nueva Zelanda, algunos países de Europa, y en 1995 hasta conocí China. Pero antes, a fines de los años ’80 ya había empezado a administrar el campo familiar, y en 1993 arranqué como productor”.
Mauricio explica que comparte su trabajo como productor agrícola-ganadero con el de asesor veterinario a empresas productivas. “Y tengo un escritorio de administración de inversiones de gente que quiere invertir en el agro y que además puede necesitar que alguien la ayude a conducir los campos que compra. Entonces también la asesoro en lo productivo y la oriento en el manejo de los equipos y demás”, aclara.
Cuenta Rodríguez que también estuvo siempre muy vinculado al gremialismo desde que empezó en la universidad, en la asociación de estudiantes de veterinaria. “Como en Uruguay se practica el co-gobierno -con delegados estudiantiles que participan en los organismos de gobierno-, fui consejero estudiantil y claustrista por el Orden Estudiantil, a mediados de los ’80, en la época de la militancia estudiantil, con la salida de la dictadura”, recuerda.
“Como productor, siempre estuve muy vinculado al movimiento CREA -continúa el veterinario-, desde los inicios, porque ya mi familia paterna estuvo en el grupo CREA 33, con mucho compromiso, que me llevó a ser directivo de la Federación durante 12 años y 3 años, presidente. Luego, me vinculé a la Sociedad de Criadores de Aberdeen Angus del Uruguay, donde también he sido directivo durante los últimos 10 años, y actualmente soy secretario del Consejo Directivo”, detalla.
“En paralelo, dirigí una empresa durante 10 años -sigue Mauricio-, ‘Carne Angus del Uruguay S.A.’, que era el proyecto de carne de la Sociedad de Criadores, pero de modo externo a la Sociedad, hasta que en 2020 pudimos hacer que pasara a ser, jurídicamente, parte de la misma”.
-Y también pasaste por la función pública.
-Sí, otra experiencia que me enriqueció mucho porque uno se aboca al bien común. Lo hice partir del 2002, durante 4 años. Me invitó el Ministro de Ganadería -a raíz de mi vinculación con CREA y de la crisis de la AFTOSA en Uruguay-, a trabajar en temas sanitarios, en un proyecto del BID, dentro de un programa llamado ‘Servicios Agropecuarios’. Pero ese formato no es para mí, por una cuestión de que todo funciona más lento.
-¿Y entonces?
-Me retiré para concentrarme en lo privado, como antes, cuando comencé un vínculo con el mundo empresarial, a través de un proyecto nuevo, generado por la empresa CMI International Group, licenciataria del programa de negociación de Harvard. Tuve que ir a formarme en ‘Negociación’ en esta Universidad y trabajé mucho durante 5 o 6 años. Básicamente, asesorábamos a empresas, vinculándolas al sector agropecuario. Y finalmente nos fuimos concentrando en empresas grandes de ciudad, porque fue una época de muchas reestructuraciones de empresas, de fusiones de Bancos comprados por multinacionales y demás.
-¿Y tu vida de agropecuario?
-Logré enfocarme en lo que más me gusta, que es el agro, pero también abrí un escritorio de inversiones en agro, ganadería y forestación, “Agronegocios del Este”, que hasta hoy me genera ingresos. Lo que pasó acá fue que, del campo propio, muchos pasamos a administrar campos de terceros. Pero con mi señora abandonamos el proyecto de mi familia -porque el campo se terminó vendiendo- y de trabajar en el Noreste, pasamos al Sureste, con un proyecto propio, pero asociados con un tío mío.
-¿Y cómo fue?
-En 2001 arrendamos un campo en una zona muy linda, en Sierra de los Caracoles, en Maldonado y le pusimos “Manchega”, porque tenía una torre eólica, y me imaginé que cuando yo fuera viejo, enloquecería como Don Quijote e iría a pelear contra él, montado en mi ‘Rocinante’ –se ríe-. Luego pusieron 39 torres más. En 2006 mi tío se jubiló y un colega y amigo mío de la facultad, Daniel Queirolo, compró su parte y lo ampliamos con capitales propios. Allí fundamos nuestra cabaña de Aberdeen Angus.
-¿Y cuándo lograste ser propietario?
-En 2016 logramos con mi señora comprar una pequeña parte de Manchega, donde nos hicimos una casita. Después mi socio compró otro campo, ‘Sierra Redonda’ y yo lo acompañé comprando una pequeña parte. Hoy tengo además otros proyectos parecidos, que desarrollé con capitales de terceros y en algunos casos con alguna participación de mi parte. Hoy administramos unas 1000 hectáreas, propias y arrendadas, a través de “Las Cañas y Compañía S.R.L.”, sociedad que tenemos a medias con Daniel.
-¿Y seguiste viviendo en Montevideo?
-En 2006 nos mudamos a vivir en Punta del Este, con mi señora y nuestros dos hijos. Pero hoy ya ambos están en la universidad, en Montevideo. Uno estudia Biotecnología, y mi hija, Agronomía. Ella, poco a poco se está metiendo a participar en la empresa familiar y disfrutamos de verla apasionada.
Seguramente ese cambio no fue fácil, ya que el país sufrió un cimbronazo. Y sí, acá, la década de los ’90 fue muy dura para el campo, el sector agropecuario venía muy endeudado, y fue cuando la mayoría de la tierra y todo el sector privado pasó a manos de inversores extranjeros. El gobierno de Lacalle Herrera, del partido Blanco, no logró vender las empresas públicas porque un plebiscito no se lo permitió. El país necesitaba una modernización y recibió un aluvión de capitales extranjeros, y eso trajo de la mano un fuerte atraso cambiario -el cual le pegó duro a todo el sector exportador-, y con el cual debemos convivir hasta hoy.
-Los argentinos nos sentimos identificados, porque nos pasó algo similar en los ’90.
-Fue la época en que todos los frigoríficos nacionales fueron absorbidos por multinacionales. Entraron grandes empresas, muy de la mano de las políticas expansivas de Brasil, con créditos blandos y demás, en cuanto al sector ganadero. En esa época se creó el sector forestal, que hoy es el principal exportador. Uruguay tiene hoy 6 pasteras. Desde el punto de vista gremial lo acompañamos mucho y desde FUCREA.
Y en medio de esa crisis supiste ver una oportunidad. Me di cuenta de que nos convenía invertir en esta zona de Maldonado. Los campos, hasta el 2003 habían mantenido un rango de precios, que pronto se multiplicó por 6 o 7, y hoy está 10 veces arriba. Era una cuestión estructural: la tierra valía poco porque los negocios que uno les ponía arriba, también valían poco. A fines de la década del ’90 se plantaban unas 30.000 hectáreas de soja. Y con el advenimiento de la soja transgénica y demás, con toda la estructura nueva de negocios, Uruguay llegó a plantar un millón y medio de hectáreas, en 6 o 7 años. La forestación arranca a fines de los ’80 y, de ser algo testimonial, pasó a ocupar más de un millón de hectáreas cultivadas.
-¿Y la ganadería?
-Hubo un crecimiento de la ganadería, porque a partir de la expansión agrícola, comenzó a haber una gran preocupación por la preservación de los suelos, a causa de malas prácticas agrícolas. Porque nuestros suelos no son de la calidad de los de la provincia de Buenos Aires. Sin ir más lejos, la Argentina tuvo mucho que ver con nuestra expansión, porque a raíz de las malas políticas públicas que sufrió, muchos argentinos vinieron a producir a Uruguay. Ya que acá hallaron seguridad jurídica y un excelente tratamiento al empresario, por parte del Estado.
-La llegada de los argentinos les habrá provocado otro shock.
-En el 2004 o 2005, después de la gran crisis que sufrimos en el 2000, vivimos una invasión de argentinos que nos trajeron un modelo de negocios distinto al que estábamos habituados. Llegaron pooles de siembra y pequeños agricultores que habían perdido sus campos y arrendaban acá, para sembrar con capitales de terceros y brindar servicios a las grandes empresas de Argentina. Esto revolucionó la forma de hacer negocios en la agricultura del Uruguay.
-¿La ganadería sufrió un aluvión similar al agrícola?
-En la ganadería fue mucho menor el impacto, no hubo una empresa argentina que arrendara 50.000 hectáreas en el norte, como sí lo hubo en la agricultura. Pero sí hubo muchos argentinos que compraron campos acá. El Uruguay era un país tradicionalmente ‘herefordista’, mientras que Argentina era ‘Aberdeen Angus’, y eso ha cambiado gracias a la llegada de los argentinos, que impulsaron esta raza y hoy es mayoritaria en nuestro país. Somos pocos países en el mundo que faenamos razas británicas. Uruguay, con el 85%, de Hereford, más Angus y sus cruzas.
-¿Y el resto?
-Sólo el 15% proviene de otras razas, que incluyen las razas lecheras. Éste último es un rodeo chico, que no llega al millón de cabezas, pero también produce carne, aunque representa el 10% del total nacional. Eso no pasa en el mundo: el grueso de la producción cárnica en Brasil es de raza Nelore, como en casi todos los países más bien tropicales. Nueva Zelanda es una excepción porque produce en base a razas lecheras.
-¿Y qué fue pasando con la ganadería?
-Pero comenzaron a surgir regulaciones con planes de uso y manejo del suelo, para cuidar los recursos naturales, de modo que se ofrecieron en el mercado otros cultivos que no eran soja. Primero fue sorgo, después maíz. Paralelamente con la creación de la cuota 481, que en aquel momento era la cuota 620 -la cual fue un viejo litigio planteado por Estados Unidos a la Unión Europea, porque aquel país produce carne con hormonas y a la UE no le gusta- derivó en un acuerdo de criar animales que fueran producidos sin hormonas, creándole a Estados Unidos una cuota especial, sin aranceles.
-¿Uruguay aprovechó esa coyuntura?
-En ese momento Uruguay dijo que la medida no podía ser bilateral sino abierta, y por eso le pudimos empezar a exportar, logrando un crecimiento local muy grande de la industria del corral. Uruguay faenaba el 99% de los animales a pasto, y en 20 años pasó que el 10% o el 18% de la faena proviene del corral. No es el feed lot tradicional americano, sino un corral de los últimos 100 días, que le da un veteado a la carne con una terminación en animales jóvenes.
-Eso provocó un gran salto en la producción.
-Si mirás las edades de faena y la rotación de stocks, Uruguay tenía una tasa de extracción ganadera del orden del 12% o 13%. Rápidamente dimos un salto al 15% o 16%. Y hoy estamos en 22% o 23%, equiparables a las mejores ganaderías del mundo. Esto vino de la mano de la intensificación de los sistemas, que más allá de los vaivenes por la seca o el precio de la soja, andamos en el millón de hectáreas, lo cual en los últimos 20 años se ha estabilizado.
-¿Esto provocó también un salto cualitativo, otra calidad de carnes?
-Nosotros, si queríamos comer buena carne, debíamos cruzar el río a comerla en la avenida Corrientes, de Buenos Aires, donde degustábamos el mejor bife de chorizo del mundo. Después fue al revés, porque Argentina se frenó por sus malas políticas, mientras que Uruguay se abrió al mundo y la calidad de nuestra carne fue mejorando cada vez más. Argentina fue un gigante que se durmió durante 20 años.
-¿Cómo sería esta diferencia entre Uruguay y Argentina?
-Un industrial uruguayo, que opera en el mercado internacional dice que Uruguay siempre fue segunda marca de Argentina, en cuota Hilton. Sin embargo, en lo que es cuota 481, Uruguay es primera marca a nivel mundial, porque capitalizó todo eso antes que Argentina, en ese nicho de animales de corral, jóvenes, de cruzas británicas, Angus por Hereford, Hereford y Angus. Menos mal que en los últimos tiempos, con su resiliencia clásica, ustedes han comenzado a recuperarse. Lo que podemos asegurar es que hoy podés sentarte a comer en un restorán uruguayo y comer un bife que no tiene nada que envidiarle al restó más caro de París.
-Perdón que nos desenfoquemos. ¿Pero lo mismo sucedió con el vino?
-La reconversión del sector vitícola en Uruguay vino de la mano de los grupos CREA, que tuvieron un nexo muy fuerte con Francia. La mayoría del vino es en damajuana, pero ha mejorado muchísimo en los vinos finos, que hoy son caros, al punto que con el tipo de cambio argentino nos cuesta menos un buen Malbec de ustedes. Ha habido inversiones muy fuertes con variedades, principalmente el Thannat, y se exporta mucho vino de alta calidad. Brasil, en el sur, también tiene muy buenos vinos.
-¿Y todos estos saltos productivos influyeron en lo social?
-Creo que en Uruguay todos estos aluviones productivos han generado que pasemos a tener uno de los índices más altos de América Latina en cuanto al ingreso del producto bruto per cápita. Y además, en distribución, que se lo debemos a los últimos 15 años de gobierno del Frente Amplio. Acá somos mayoría de pequeños productores de clase media. Pero tenemos otra preocupación: la inseguridad y la violencia a causa del avance del narcomenudeo en la periferia de las grandes ciudades, por lo que allí hoy tenemos 4 o 5 asesinatos por día. Pero en Punta del Este las matrículas de los colegios se han multiplicado por cuatro y la mitad es por chicos argentinos, aunque también se ven muchos argentinos en Montevideo.
-¿Y cómo ves la situación en el concierto mundial?
-Creo que con la globalización hay una oportunidad de relanzar nuestros países, porque hoy, lo que falta en el mundo es capital. Tengo esperanza en las nuevas generaciones. Acá hay una fundación, administrada por el Instituto Pasteur, -el que se ha instalado hace unos años en Uruguay- que consigue dinero del sector privado para financiar proyectos de Biotecnología en jóvenes de 20 años de edad, con lo cual, en esto, estamos al nivel del Primer Mundo.
-¿Y Uruguay qué debería hacer?
-Uruguay exporta el 80% de su carne, a diferencia de Argentina. Acá no hay forma de que no tengas una inserción internacional fuerte, porque no te va a defender el consumo interno, sino lo que puedas exportar. Para eso necesitás producir a nivel de estándares internacionales, con mucha inversión, cadenas armadas y que no haya una concentración en manos de poca gente. Es un negocio del sector primario con una escalera muy atomizada, no va a haber una empresa con 4 millones de hectáreas. Acá tiene que haber muy buena inversión, buena capacidad de gestión y venta a nivel internacional, inteligencia de mercados, batallas arancelarias. Siempre nos peleamos porque, ir con el ancla del Mercosur a vender en el comercio internacional es un lastre, ya que beneficia a Brasil. En Uruguay sigue habiendo posibilidad de invertir, en tierras equivalentes al nivel del resto del mundo, a precios aún bajos.
-¿Y cuáles son sus virtudes?
-Somos un país seguro, que ofrece todas las garantías, no te mata con impuestos, y por eso hay muchos argentinos invirtiendo, ya que aún quedan muchísimas oportunidades. Mucha gente compró campos con el solo objetivo de no perder su plata invertida, y en realidad ese capital crece al 10% anual. Pero para vivir de un campo ganadero tenés que tener una escala muy grande. Es muy bueno, si no lo tocás, si es tu segundo negocio y lo dejás como un ahorro.
-¿Cómo es tu vida laboral en la actualidad?
-Hoy arriendo campos, con distintas sociedades, pero la principal que tengo hace 25 años es la cabaña de Aberdeen Angus, de recría para cuota 481 y demás, con Daniel, y la gerencio yo. Además, administro campos ganaderos y algunos de forestación a un par de inversores extranjeros, con mi firma “Agronegocios del Este”. Mantengo hasta hoy mi faceta de asesor en CREA y sigo en el directorio de Criadores de Aberdeen Angus, en lo que Uruguay está trabajando muy fuerte.
-¿Y qué balance hacés, a esta altura de tu vida profesional?
-Me satisface ser parte de una cadena que está colaborando para que el Uruguay tenga una mayor calidad de productos de exportación. No sueño con asesorar a más de dos o cuatro inversores, pero me involucro para que a estos les vaya bien. Acá hay muchos vendiendo ‘buzones’. Trabajo mucho, porque vivo del trabajo, no del capital, ‘no hay desayuno gratis’, se suele decir –se sonríe-. Pero he tenido la enorme fortuna de elegir mis trabajos y de hacer lo que más me gusta. Asesoro campos muy lindos en esta zona de Maldonado.
-¿Y has logrado ser feliz, después de todo?
-Soy un afortunado en tener el estilo de vida que tengo. Amo mi pequeño campo “Manchega”, donde tenemos nuestra casita, reciclada, nada ostentosa, y adonde vamos muy seguido a gozar de la vida campera. Es que lo que hoy tenemos con mi señora, lo construimos desde cero, con mucho esfuerzo. Ella me dice que trabajo demasiado, pero podré dejar algo a mis hijos, y ojalá en lo que me queda de vida activa, pudiera crecer un poco más en patrimonio, pensando en ellos, claro.
-Manchega es “tu lugar en el mundo”.
-Sí, mi paraíso es ese, donde también trato de juntarme con amigos, hacer un asado, escuchar buena música en discos de pasta y saborear una buena carne uruguaya, acompañada de un buen vino, observando el fuego al anochecer. Y como telón de fondo, contemplando un rodeo vacuno bien robusto y sano, pastando en buenas tierras, con una belleza ondulada, inconmensurable. ¿Qué más puedo pedir?
Mauricio Rodríguez nos quiso dedicar la canción “Blowin’ in the wind”, de y por Bob Dylan.
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