Un corral de historias: los Bigliante, la familia que busca mantener vivo el oficio de ser alambrador
Desde Tandil, Sebastián Bigliante continúa, junto a su hermano, con este oficio que inició su abuelo, cuando vino desde Uruguay. Para que la actividad no se pierda, creó una escuela de alambradores que funciona en una institución salesiana.
Como todas las mañanas, desde muy temprano, prepara el mate y comienza a meditar su tradicional labor diaria.
Consciente de que no sobran personas que porten su conocimiento a nivel país, sale a construir corrales, delimita lotes y diagrama cercos eléctricos que plantean un nuevo proyecto de cría o el refuerzo de alguna invernada.
Ser alambrador es un oficio liderado por un sector social habituado a sobrellevar con estoicismo los embates de la naturaleza. Es fuerte pero a la vez sensible. Aunque sobre todo, cuenta con un sentido de la responsabilidad como pocos.
Se trata de una actividad que además de tener trascendencia histórica, es de importancia fundamental para la Argentina, aunque lamentablemente, poco a poco se va perdiendo, a pesar del esfuerzo de muchos maestros alambradores por mantenerla viva.
ALAMBRADORES: UN TESTIMONIO DE VIDA
Un caso particular es el de Sebastián Bigliante (36), un hombre con más de 20 años en la actividad, que además de llevar adelante su emprendimiento, enseña sobre el oficio en una escuela salesiana.
Es oriundo de la localidad bonaerense de María Ignacia Vela, un pueblo de 2.800 habitantes ubicado en el partido de Tandil. Una región productora agrícola- ganadera, donde el esfuerzo del alambrador se maximiza por su tipo de suelo.
“Ser alambrador se lleva en la sangre cuando se lo vive con pasión. Es un oficio que me trasmitió mi viejo desde que tenía 16 años. No hay dudas que él es mi gran maestro en este trabajo”, dice con orgullo Sebastián.
Él concretamente continuó los pasos de su padre, Carlos, en una pequeña empresa dedicada al rubro, denominada “El Oriental”, en reconocimiento a su abuelo, quien vino a la Argentina desde Canelones, Uruguay, hace 100 años.
“Mi abuelo y mi padre nos enseñaron el valor del trabajo. Con ellos aprendimos que el esfuerzo es el único motivo para lograr sueños. Junto a mi hermano lo ponemos en práctica todos los días y nos sorprendemos de eso, es una gran realidad”, cuenta el apasionado trabajador.
UNA FAMILIA DE ALAMBRE
Si bien su hermano Bernardo comparte el oficio, trabajan de manera separadas, salvo en algunas ocasiones puntuales.
“En este momento estamos trabajando juntos en el armado de una línea que atraviesa una sierra en Tandil. Son proyectos complejos donde nos ayudamos mutuamente. No es lo mismo hacer un alambrado sobre la piedra de un cerro, que en la tierra”, afirma Sebastián.
Además, cuenta que Marcelo, su tío, también es alambrador y sus primos siguen el oficio, dejando en claro que se trata de una familia de alambradores.
“En los cumpleaños o fiesta de fin de año, de lo único que se habla en la mesa, es de postes y alambres”, admite con una sonrisa.
Pero eso no es todo. Su hijo Lázaro, con tan sólo 8 años, no se despega de su padre buscando aprender este oficio.
“Cuando cumplió 6 años hice un video de mi hijo enroscando el alambre con una californiana. Se hizo viral, tuve comentarios a favor pero también muchos en contra. Yo quiero que él vaya a la Escuela, se reciba de alguna carrera y después decida qué quiere hacer. Pero siempre manifiesta una gran pasión por el alambre”, aclaró Sebastián.
No obstante, dice que cuando la madre lo deja, le gusta mucho llevarlo al campo. “Es mi único hijo varón y siempre está queriendo aprender este oficio, que viene de su abuelo. Soy feliz cuando lo tengo cerca y me emociona verlo con ganas de aprender el oficio, pero sabiendo que tiene prioridades”, expresó.
ALAMBRADORES: UNA MANO DE OBRA REDUCIDA
Según este alambrador, las nuevas generaciones están lejos del campo y un problema que tienen es que no quieren hacer demasiado esfuerzo.
“En mi trabajo me acompaña un grupo de empleados que son muy nobles, tienen mucha responsabilidad y les gusta lo que hacen. Sin embargo, no es fácil conseguir mano de obra en este oficio”, asegura.
Si bien es un trabajo que es valorado desde lo económico, muchos jóvenes prefieren otras actividades, incluso ganando menos dinero.
“Estamos un momento complicado en este aspecto. La mayoría de las personas que se dedican a esta actividad es gente grande. Tenemos que hacer docencia y formar nuevos alambradores que sean apasionados de lo que hacen”, dice Bigliante.
Por eso, desde hace tres años, dicta el curso de alambrador en una Escuela rural salesiana, perteneciente a la Obra de Don Bosco, en Tandil, ciudad cercana a la localidad donde vive.
“Los alumnos que concurren desde el campo están más predispuestos a esta actividad. Quizás sea algo más cultural, pero no es fácil convencerlos, aún sabiendo que se gana buen dinero”, destaca el entrevistado a Infocampo.
“MÁS QUE UN TRABAJO, MI GRAN PASIÓN”
Desde que tenía 16 años, su padre, un gran alambrador, comenzó a darle trabajos menores y con el paso del tiempo se fue haciendo en el oficio.
“Mi viejo comenzó a darme algunos laburitos chicos, como reparaciones, construcción de cercos eléctricos y otras acciones que no requieren de gran sabiduría, como para ir aprendiendo. Desde ese momento me fui haciendo con la práctica y me siento un profesional”, cuenta orgulloso sobre su historia, que inculca a sus empleados y a los jóvenes que buscan trabajo.
Sin dudas es un empleo muy sacrificado. “Trabajamos a la intemperie, con frío, calores y mucho esfuerzo. Con herramientas pesadas e incomodas. Pero si me preguntan si estoy arrepentido de haber elegido este oficio les digo que no”, sostiene el apasionado alambrador.
En ese marco reforzó: “Yo elegí vivir de esto, entendiendo que más que un trabajo, lo vivo como una pasión”. Por ese motivo, siente que no puede negarle la posibilidad a su hijo si es que desea seguir sus pasos.
“Si quiere ser alambrador, para mi va a ser un orgullo inmenso porque es una pasión que me la transmitió su abuelo y la llevo muy dentro mío”, explica sin miedo a equivocarse.
ALAMBRADOR, HOY Y SIEMPRE
Por otra parte, el entrevistado cuenta que hace varios años, con el advenimiento de la sojización, su trabajo estaba mayormente vinculado al desarme de corrales, pero asegura que actualmente, muchos productores están volviendo a los sistemas mixtos y ganaderos.
“Hoy estamos armando corrales y extensiones de alambres porque hay empresarios que vuelven a confiar en la ganadería. Eso es una muy buena noticia para nuestro sector, porque nos aseguramos trabajo por largo tiempo”, expresa Bigliante.
En ese marco, argumenta que los materiales de hoy, son mucho más frágiles que los antiguos postes y alambres que se utilizaron en el primer momento.
“Antes una estructura duraba entre 50 y 60 años. Hoy la calidad no es la misma, por lo tanto, son materiales que con suerte necesiten mantenimiento en menos de 30 años”, manifestó.
El oficio de alambrador es uno de los más antiguos que existen. En el año 1845, fue Richard Blake Newton quien puso el primer alambrado en la Argentina, en su estancia “Santa María”, cercana a la ciudad bonaerense de Chascomús.
A partir de allí, este trabajo formó parte de la idiosincrasia del campo. Fue así que cada 15 de marzo, se festeja el “Día Nacional del Alambrador”, como homenaje y en conmemoración al día de nacimiento de Newton.
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