Aunque su padre es el titular del SAME, él cambió la medicina por la producción de trufas: “Emprender es fácil, lo difícil es mantenerlo”, afirma Damián Crescenti
La decisión de Damián Cresceti de cambiar la ciudad por el campo es una que seguramente más de un citadino ha pensado alguna vez. Como realizador audiovisual freelance, la falta de estabilidad laboral y el escenario de incertidumbre que planteó la pandemia lo hicieron pensar en que la vida podía tener muchos otros condimentos. Quizás
La decisión de Damián Cresceti de cambiar la ciudad por el campo es una que seguramente más de un citadino ha pensado alguna vez. Como realizador audiovisual freelance, la falta de estabilidad laboral y el escenario de incertidumbre que planteó la pandemia lo hicieron pensar en que la vida podía tener muchos otros condimentos.
Quizás un primer paso de este derrotero ya lo había dado en su juventud, cuando decidió no seguir los pasos de su padre, el médico y titular del SAME porteño Alberto Crescenti, y por el contrario prefirió apostar por aquello que verdaderamente lo apasionaba.
Unos años atrás, esa llama interna volvió a encenderse, esta vez de la mano de Radici, un proyecto con el olor distinguido de la trufa negra.
“Mi socio y yo veníamos enfrentando los vaivenes del país y de nuestra profesión en general. Teníamos un ahorro pequeño que no nos daba para hacer algo de lo tradicional por la escala. Por eso fuimos buscando distintas alternativas hasta dar con la trufa negra, que hacía muy poco que se había empezado a desarrollar en el país”, contó Damián en una charla con Bichos de Campo.
Luego de optar por esa producción, lo primero fue decidir en qué zona comprar el campo. Él y su socio, “el Colo”, notaron que Pigüé parecía ser una localidad ideal para este emprendimiento, por la cercanía con otros más avanzados como el de Trufas del Nuevo Mundo de Espartillar, y con el vivero Trufas del Sur, de Agustín Lagos, quién los introdujo en este mundo y los proveyó de los árboles que plantaron.
“Terminamos comprando un campo de 32 hectáreas, donde plantamos unos 3.000 robles y encinas. En esa zona se había hecho un trabajo previo con profesionales de Chile y Europa vinculado a analizar el clima, las precipitaciones, y esto aparecía como ideal. Después es una cuestión de ir aprendiendo, porque cada lugar físico tiene sus particularidades. Este campo, por ejemplo, no había si trabajado en casi diez años. No es lo mismo iniciar acá que en uno que tuvo soja o maíz durante ese tiempo”, señaló el devenido productor.
Una parte clave de este proyecto fue la preparación del terreno. Junto a un agrimensor trazaron las líneas de siembra para aprovechar al máximo la rotación del sol, y con una topadora nivelaron el suelo, además de prepararlo para tener un mejor drenaje. Hay que recordar que las trufas necesitan la cantidad de agua justa y ningún árbol puede quedar encharcado.
Posteriormente realizaron estudios de pH y aplicaron calcio para nivelar los indicadores. La obra culminó con la colocación de bombas y micro aspersores para trabajar con riego presurizado en cada una de las líneas de siembra.
“Creo que los mayores obstáculos que enfrenamos no fueron tanto por la zona sino por organizarnos entre nosotros y manejar expectativas y ansiedades. Emprender siempre es lo más fácil porque tenes toda la polenta y energía. Lo difícil es mantenerlo. Y esto es algo que va a estar eternamente de alguna manera porque es un bosque. Eso me parece positivo en todo sentido, porque generamos algo copado en este lugar. Todo esto sin contar en lo comercial, que tiene altas chances de servirle mucho a la Argentina. Muchos campos chicos hoy podrían dedicarse a esto y ser rentables”, indicó Damián.
Pero manejar la ansiedad es cada vez más dificultoso teniendo en cuenta que falta menos para encontrar trufas. En eso el productor es muy positivo.
“Plantamos los arboles en 2020 y este va a ser el cuarto invierno que tengan. Ya esperamos encontrar las primeras trufas este año por todos los indicadores que vemos. Los árboles ya están mostrando zonas de quemado. Eso sucede cuando el hongo comienza a trabajar en relación simbiótica con el árbol y larga una toxina que quema la maleza para evitar competencia. Estamos expectantes”, sostuvo.
En cuanto a la cosecha, que se realiza con perros rastreadores, los emprendedores aprovecharán por ahora la ayuda ofrecida por Trufas del Nuevo Mundo hasta que el proyecto muestre una real solvencia y estabilidad.
“Hoy contamos con el apoyo de otros con estructura. Inclusive estamos trabajando para el día de mañana exportar en conjunto. Yo creo que a futuro va a ser algo más cooperativa entre las trufas de la zona. En la medida que vayamos recuperando la inversión y que podamos invertir de vuelta, ahí sí me parece que ya vamos a contar con nuestros propios perros”, dijo entusiasmado Crescenti.
-¿Estás contento hoy con la decisión que tomaste?- le preguntamos a Damián.
-Sí, estoy súper feliz. Creo que me adelante un poquito a la sensación que la mayoría tuvo con la pandemia y el encierro. Me parece que la salida hoy pasa por dejar de ver todo desde Capital Federal y empezar a poblar el país, empezar a ver las cosas de otra manera. Los porteños no tenemos idea de lo que es el interior, tenemos un montón de preconceptos de lo que es el trabajo en el campo. La única salida es en conjunto. Este es un país gigante que no puede depender de una ciudad y de ser un país tan unitario en ese sentido.
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