José Castro fue un gran jinete que se llenó de premios y de amigos, pero el destino le tendió una mala jugada: Hoy es ejemplo de lucha, optimismo y esperanza
José Castro fue un gran jinete que descolló durante muchos años en las fiestas de jineteadas de nuestro país y en los países vecinos como Uruguay y Brasil. En una de esas, en territorio argentino, se accidentó y no pudo montar más. Pero José ni se deprimió ni bajó los brazos, sino que desde aquella
José Castro fue un gran jinete que descolló durante muchos años en las fiestas de jineteadas de nuestro país y en los países vecinos como Uruguay y Brasil. En una de esas, en territorio argentino, se accidentó y no pudo montar más. Pero José ni se deprimió ni bajó los brazos, sino que desde aquella trágica ocasión no cesa de luchar por recuperarse y fue por más: hoy es jurado, animador de jinetadas, un amigo le consiguió trabajo en la mutual del jinete y hasta conduce un programa de radio.
Él mismo nos cuenta su historia:
“Nací en General Villegas, en 1969 –comienza José-, y me crié en la estancia La Toldería, que se llamaba así por las viviendas de aborígenes mapuches. Mi viejo, Higinio, era domador, oriundo de Fortuna, San Luis, que se vino a trabajar a la estancia El Cuero, en Banderaló, a 40 kilómetros de Villegas. Lo habían contratado para domar caballos para silla”.
“Mi mamá era de ahí cerca, de Veinticinco de Mayo, y la crió su abuela, que llegó a El Cuero como cocinera, y la llevó a mi mamá de ayudante. Allí se enamoró de mi papá. Se casaron y después pasaron a La Toldería, adonde mi padre fue de puestero”.
“Cuando cumplí 4 años empecé a montar un petizo, en el que después empecé a ir a la escuelita rural. Como al terminar la primaria no quise estudiar más, recuerdo que con 11 años ya lo ayudaba a mi padre a hacer el tambo, con unas vacas que le prestaba el mayordomo de la estancia”.
“A mis 14 años –continúa José- empecé a montar caballos grandes, hasta que a con 17, ya me largué a montar con los profesionales. Cumplí 18 y empecé a trabajar, por temporada, de petisero de caballos de polo en el country San Diego, en Moreno, cerca de Luján. Íbamos 4 meses, de septiembre a diciembre, que es la época del polo argentino, y vivíamos en la caballeriza”.
“A mis 24 años –sigue Castro- conseguí entrar a trabajar como encargado de los caballos en el haras de la estancia La Liliana, entre Ameghino y Villegas, y recuerdo que en aquel lugar tomé un curso de doma racional con Martín Hardoy, en 1995″.
“Los fines de semana empecé a competir en todos los festivales de jineteadas, Jesús María, Diamante, El Talar, de General Madariaga, en Los Broches de Oro, de Necochea; en La Rural de Palermo, Buenos Aires, en 1999; en San Gabriel, Brasil, y en Paysandú, Uruguay. En 1999 conocí a mi actual amor, María del Carmen ‘Marita’ Jufré, y nos juntamos. Entre los dos criamos a una hija de ella, Rocío, que hasta hoy me dice papá”.
José hace un balance de su carrera: “Como domador, a lo largo de 32 años, jineteando recibí más de 200 premios. Por ejemplo: Primer premio de Petiso en categoría Grupa Surera, en Banderaló, año 1982. Primer premio en categoría Basto y Encimera, en General Villegas, en 1988. Primer premio Broche de Oro en categoría Clina Limpia, en Jesús María, Córdoba, en 2003. Primer premio Broche de Oro en categoría Basto y Encimera, en Ingeniero Luiggi, La Pampa, en 2005, etc. Siempre supe que era un deporte muy riesgoso, pero uno siempre piensa que a uno no le va a pasar”.
Pero el destino le tenía preparada a José una mala jugada: “Resulta que con Marita teníamos pensado casarnos –cuenta-, pero el 8 de febrero de 2014, a mis 44 años de edad, me accidenté jineteando en un festival, que se hacía en Piedritas, a 30 kilómetros al norte de Villegas, provincia de Buenos Aires. A raíz de eso, la fiesta no se hizo más en aquel pueblo. Mi médula espinal no se cortó, sino que una vértebra la tocó en un puntito. Al ser en una vértebra alta, no puedo mover la cintura, pero sin embargo muevo las piernas y los dedos de los pies, apenas, pero los muevo”.
“Hoy voy tres veces por semana al gimnasio y he agarrado fuerza en el tronco, y con la ayuda de mis brazos logro pararme y caminar despacio por las paralelas. Por eso albergo la esperanza de que algún día pueda volver a caminar. Eso sí, nunca me deprimí, porque yo sabía a lo me arriesgaba”.
La vida le dio la sorpresa, que de pronto se reforzó su amor: “Pasó un tiempo y Marita me dijo que quería casarse conmigo, porque se lo debía. Y nos casamos el 21 de agosto de 2017. Hasta hoy ella sigue a mi lado y es mi fiel compañera en las buenas y en las malas”.
“Daniel Piris, mi amigo del programa de televisión ‘Apadrinando’, me nombró delegado de la mutual del jinete para los dos partidos, de Villegas y Ameghino, con la intención de darme un trabajo a fin de que tuviera algún ingreso. Voy a porcentaje de las montas que hay, y me sirve como una extra a mi jubilación por discapacidad, que es la mínima, y que hoy no alcanza para nada”, dice.
Otra cosa que lo animó a José, fue que en 2015 lo invitaron a ser jurado de jineteadas. “Y el año pasado, además, me largué a animarlas –agrega-. Algo lindo que hago también es coordinar una jineteada hace dos o tres años en Villegas, para las fechas de 9 de julio y 10 de noviembre, día de la tradición. Es en la Casa de la Cultura, de la municipalidad de Villegas, con entrada libre y gratuita. El primer año invité a tropilleros, traje al animador ‘Peco’ Morales, de Charlone, y al payador Lucas Aguirre, de Quemú Quemú. Esa vez le hice una décima al ‘Peco’ y se ve que le gustó porque ahí nomás me dijo que me dedicara a animar jineteadas”, recuerda.
“Pues le acepté el desafío –se animó José- y al año siguiente, en 2022, animamos juntos en el parque municipal José Hernández. Después seguimos en Charlone, en la Fiesta de los Tropilleros Unidos. Y este año, en febrero, fui a Victorica, en La Pampa, al Festival de la Ganadería. Allí tuve el honor de compartir la animación con Jorge Alberto Soccodato, con quien he hecho una gran amistad, y además, con Carlos Becerra, Daniel Martín y con Mario Escurdia. Después de eso he seguido animando unos desfiles”.
Dice José que lee mucho sobre el arte payadoril y le apasiona todo ese mundo: “Hace un tiempo descubrí que me gusta escribir, y justo un sobrino que tengo, Federico Tula, de Banderaló, pero que ahora vive en Lomas de Zamora, me invitó a participar de un grupo de payadores por whatsapp. Lo creó el payador Wilson Saliwonczyk, y me empezó a gustar. Hoy somos como 40. Fede es hijo de Juan Tula, que fue jinete, toca la guitarra y le gusta montar cuando vuelve al pago a visitar a Juan y su madre”.
“Me está gustando mucho participar de ese grupo, donde aprendí a escribir décimas y poco a poco me voy largando a escribir en ese estilo y a recitarlas. No me considero un payador, porque para eso creo que hay que tener un talento natural, que yo no tengo. Pero me doy el gusto y hasta me animo a recitar en las jineteadas o en la radio. Porque hace poco empecé un programa propio, al que lo llamé ‘Cosas Nuestras’, que sale por Radio Peregrina los viernes de 19 a 21”.
La realidad económica lo tiene preocupado, a José: “Ahora se ha encarecido todo –dice- y cuesta viajar, porque imagínese que ir competir en un festival implica acarrear el caballo; y uno solía ir con su familia, tiene que dormir en un hotel; y si no se gana un premio, es un gasto que se está volviendo imposible de cubrir. Éstos, en los pueblos chicos, son de poca plata, que con lo caro que está todo, en esos casos no se recupera ni lo que uno gastó en ir. ¡Y ni se le ocurra romper una cubierta en el camino! En cambio, antes, uno hacía diferencia y podía recorrer el país y los países vecinos, llevar a la familia y disfrutar del paseo”.
Culmina José: “Con las jineteadas, ningún domador se hace rico, pero sí arriesga su vida por plata. Nosotros somos una familia humilde. Hoy me gusta escuchar, leer, aprender a escribir décimas y albergo la esperanza de volver a caminar, como bien lo recita el Pampa Cruz. Me vienen ahora unos versos, cuyo autor no recuerdo, pero les quiero compartir:
‘Dicen que todos tenemos / en la vida una misión.
Una habilidad, un don, / pero no siempre lo vemos.
Cuántas veces nos creemos / que no servimos pa’ nada.
Pero la vida es sagrada / y hay que encarar el partido.
Si cuando hay punto pa’l envido / no hace falta el as de espada’”.
José Castro ha querido compartirnos las décimas que el Pampa Cruz le dedicó a él, bajo el título: “Jurará en silla de ruedas”, cuando se enteró de su accidente.
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