Hace 50 años la tucumana Estancia El Azul desmontó para convertirse en una de las grandes semilleras del norte: Pero la historia es circular, comenzó a reforestar y quizás hasta vuelvan las vacas
En una nota del 29 de febrero de 2020, Bichos de Campo presentó al ingeniero zootecnista, Alejandro “Chaleco” Padilla como un hombre de corazón “ganadero”, apasionado del folklore y de los cerros tucumanos, por lo que hace muchos años se afincó con su familia en Raco, una bella quebrada en las alturas de Tafí Viejo.
En una nota del 29 de febrero de 2020, Bichos de Campo presentó al ingeniero zootecnista, Alejandro “Chaleco” Padilla como un hombre de corazón “ganadero”, apasionado del folklore y de los cerros tucumanos, por lo que hace muchos años se afincó con su familia en Raco, una bella quebrada en las alturas de Tafí Viejo.
Desde 1991 se vinculó, como asesor ganadero, con la Estancia El Azul SA, que está ubicada en Burruyacú, al noreste de Tucumán. La empresa pertenece a la familia tucumana Calliera, que comenzó produciendo soda y con los años se fue metiendo en el negocio agrícola. Hoy Padilla integra el directorio de la empresa, que posee una moderna planta semillera en el campo y tiene oficinas y laboratorio de calidad en Yerba Buena.
Estancia El Azul inició hace unos meses un ambicioso proyecto para incorporar a su negocio agrícola, que hasta ahora prevaleció y desplazó con el correr de los años a la ganadería, la forestación. Amante de los bovinos, Chaleco Padilla lo toma como el principio de una suerte de regreso a las fuentes.
-Esa zona de Burruyacú era monte. ¿En algún momento se desmontó para hacer agricultura?
-Sí, era monte. Se hacía ganadería extensiva y cuando vino el boom de la soja, muchas empresas no vinculadas al agro compraron tierras, desmontaron en los años ’70. En aquel momento, al no existir la siembra directa, hacer ganadería era parte del sistema productivo que se estilaba junto a la agricultura, pero también por vocación de los dueños. Avanzó con plantación de pasturas, rotación de soja/maíz, con sus alambrados, aguadas y todo lo que significó desarrollar una estancia agropecuaria mixta de 7.000 hectáreas.
-¿Entonces se hacía esa ganadería en rotaciones hasta que irrumpió la soja transgénica y la siembra directa a finales de los ’90?
-Poco a poco la soja nos desplazó. Los números se inclinaban tan a favor de la soja que ésta desplazó a la ganadería. Y apareció la siembra directa como “el regulador de la sustentabilidad de los sistemas”. Si no hubiese existido la siembra directa, tal vez los sistemas no se hubiesen sustentado y se hubiese necesitado la ganadería para hacerlo. Con la siembra directa y el no movimiento de suelo, se avanzó hacia campos netamente agrícolas, si la aptitud así lo permitía desde el punto de vista de suelo y lluvia.
-Y Burruyacú se consolidó como “la zona agrícola de Tucumán”…
-Es una de las dos grandes zonas óptimas. La otra es La Cocha, sobre la Ruta 38.
-¿Los rendimientos son muy diferentes a los de la pampa húmeda?
-35, 40, a veces 45 quintales. Pero el sistema sí exige conservar el suelo en la definición de la rotación maíz/soja, y no tentarse con hacer más de un solo cultivo. Quiero decir que si uno se mantiene firme en el plan de rotación, la producción se sustenta.
-Si no hacés soja sobre soja.
-Normalmente los sistemas fueron 70% soja y 30% maíz, pero se llega en este momento, al menos es la definición de nuestra empresa, por el profesional que nos conduce, que es Alejandro Padilla, mi hijo, al 50%, que es la proporción que nos permite tener más historia productiva que circunstancia productiva.
Mirá la entrevista completa:
-¿Cuándo fue que esta empresa, que empezó siendo mixta -tenía ganadería y fue acorralando las vacas, cedió a la tentación de la agricultura- le agregó un pack más al negocio y se convirtió en uno de los principales multiplicadores de semillas para el Norte?
-En el 2001, José Calliera, nuestro jefe y amigo que estaba al frente de la empresa, comenzó a vincularse con semilleros para ser multiplicadores de soja. Eso nos llevó a entrar en otro camino: dejamos de ser productores de commodities, para ser productores de semillas.
-Eso te obliga a hacer una agricultura casi perfecta.
-Claro, por ejemplo, no usás la mejor variedad de rendimiento, sino que tenés que hacer un pool de variedades que te comprometés a producir, asumiendo muchas veces, rendimientos inferiores, pero que tienen una ventaja. Todo eso cambia la logística. Fue un aprendizaje con errores, pero podemos decir hoy que lo superamos y hemos avanzado. Y luego entramos en otra etapa: se hizo una planta de clasificación de semilla y este último año se incorporó una cámara de frío. Cuando la empresa desarrolló este proyecto también pensó que debe estar avalada por un laboratorio de calidad de semillas, y para no depender de terceros, creó su propio laboratorio.
-Se metieron de cabeza en el negocio semillero.
-La idea es ofrecer al mercado todas las garantías posibles y pensamos que estamos saliendo con un muy buen producto para nuestros colegas productores.
-¿Son variedades adaptadas para el Norte?
-Sí, son grupos adaptados al Norte, y dentro de ellas, aquellas que los semilleros, básicamente la semillera Don Mario, las considera competitivas. Son producidas y chequeadas por nosotros. También tenemos mercados en Uruguay y en Paraguay, que a veces son importantísimos y otras, a veces, se reducen por diversas situaciones.
-¿Las bolsas de semillas salen de la propia estancia, donde está la planta de clasificado?
-Sí, con su garantía de calidad en cuanto a análisis, como cualquier semillero profesional que ofrece algo al mercado.
-A pesar de que el negocio funciona, ustedes comenzado a ver otros mensajes del mercado y de la comunidad. ¿En qué están pensando?
-Esta empresa siempre tuvo vocación ganadera y es algo que le había quedado pendiente. Había hecho una inversión en otras zonas y finalmente quedó un feedlot dentro de la estancia, donde también hacemos garbanzos y porotos, como los descartes de lo que no tiene calidad para semilla, que usamos para la dieta. Al no existir la siembra directa y intentar conservar los campos se hicieron curvas de nivel para la erosión hídrica y cortinas rompevientos para las erosiones eólicas. Y para la ganadería se hacían macizos de monte natural para que tuvieran sombra, y que aún cuando se suspendió la ganadería, quedó todo eso en el campo. Cuando vino la siembra directa, todo eso se descartó porque se caían los árboles.
-¿Eran cortinas con árboles?
-Claro, eran eucaliptus. Contratamos al ingeniero Turbay, que es especialista en forestación y dimos un primer paso para aprovechar la madera, que nos generó un ingreso. Luego, nos propuso un plan forestal. Nos abrió la cabeza y nos hizo ver que había muchas opciones para desarrollar algunos suelos que no eran los mejores para agricultura, como renovar algunas cortinas, e implantar especies autóctonas en el monte macizo, como algarrobo. Se empezaron a detectar pequeños lotecitos, a los que nadie les daba bolilla, que de pronto se transformaban en 30 hectáreas posibles de ser forestadas.
-Así que les picó el bichito de la forestación.
-Sí, y después ya viene el gran paso: sabemos que en el mundo se está midiendo la huella de carbono, y entonces todo lo que hacemos ahora está orientado a futuros sistemas ganaderos silvopastoriles en sintonía con la reforestación, para completar el círculo a fin de que sea un sistema autosustentable.
¿Y cuánto piensan reforestar en esta etapa inicial?
-La primera etapa es de 100 hectáreas, dentro de un primer plan de un total de 600 que, en un campo de 6000 hectáreas, es importante, dentro de un campo agrícola donde la base sigue siendo la soja y el maíz. ¿Pero en esta Argentina tan cambiante, quién puede decir que tal vez no se vuelva a sistemas ganaderos silvopastoriles?
-Te salió de nuevo el corazoncito de ganadero. ¿Vos querés volver con las vacas?
-Claro, al arbolito, dejámelo, pero yo quiero ver si después le ponemos pasto, y si tenemos pasto, puede volver la vaca. Y así volver a ser felices, y no sólo ganar plata.
-Además las vacas, rotando, pueden generar mucha sustentabilidad, mucha materia orgánica en los suelos.
-Eso te lo digo como una idea fuerza, aunque no está dentro del proyecto. Y quién te dice que antes de que yo me jubile, pueda ver vaquitas en Estancia El Azul, con la que tengo una relación de tantos años.
-Finalmente están regresando los árboles a una zona que había sido desforestada hace 50 años. Y capaz que también regresen las vacas.
-Ojalá. Para cerrar, además de estas 5000 y pico de hectáreas productivas de soja y maíz, y de algunos cultivos invernales, según el balance hídrico de invierno, la empresa arrienda unas 4000 a 5000 hectáreas en distintas zonas para hacer modelos productivos de soja/maíz, de modo que la zona productiva pisa las 11.000 hectáreas. Además la empresa también se volcó a desarrollos inmobiliarios. Hizo el primer parque industrial de Tucumán, y otro parque logístico.
-Y todo empezó con un vaso de soda.
-Yo quiero destacar que esto se hace con gente, no sólo con ideas. Nilda Jorge de Calliera fue con la que más traté, me transmitió que el valor de la persona es primordial para todo lo que hagamos. No hay proyecto sin gente buena. Y cuando digo “gente buena”, no hablo solamente de idoneidad, sino también de integridad. Y Nilda nos transmitió eso.
-Para estar trabajando tantos años en ese mismo lugar, seguramente que algo de eso debés sentir en carne propia.
-Esta es una empresa en la cual me siento parte, totalmente.
La entrada Hace 50 años la tucumana Estancia El Azul desmontó para convertirse en una de las grandes semilleras del norte: Pero la historia es circular, comenzó a reforestar y quizás hasta vuelvan las vacas se publicó primero en Bichos de Campo.
Seguir leyendo