Laura Mihaljevic, pasión croata puesta al servicio de las manzanas
La familia Mihaljevic es exponente del sacrificio y esfuerzo por la fruticultura. Laura, cuarta generación, abre las puertas de su chacra y cuenta su historia en un nuevo capítulo de ELLAS.
“Cuando comprás una fruta estás comprando historia, sensaciones, proyectos, salud y visión de largo plazo”.
Laura Mihaljevic habla en 1.5 de velocidad. Las ideas, emociones y conceptos se le vienen rápido y así como le vienen los larga. Es pasional. Dice ella misma que lo lleva en la sangre, “así somos los croatas”.
Es la cuarta generación de productores frutícolas con base en Villa Regina, provincia de Río Negro. Ha sabido aprender de la pasión que le transmitió su padre, Markan, por el campo y las frutas.
Justamente Markan tiene una emotiva historia: cuando tenía cuatro años se vino con su abuela de Croacia en barco, con una valija en la que sólo traían algo de ropa, un molinillo de café y un pan. Acá los esperaba su abuelo, que se había venido 20 años antes. Sí, dos décadas en las que la comunicación había sido solo por carta. Increíble. Markan tuvo que emigrar con su abuela porque su madre no podía alimentarlo. Eran tiempos difíciles, de guerra civil y guerra mundial.
Su padre le contó a Laura que de chico dormía entre los chanchos para “calefaccionarse”. Ese sacrificio es el que Markan le fue inculcando, con el ejemplo, a sus tres hijos.
Hoy, con 36 años, Laura -la protagonista de un nuevo capítulo de la serie de podcast ELLAS– lleva adelante, junto a su hermano, la empresa familiar en la que producen manzanas y peras, en el Valle, y carne (ciclo completo) en Choele Choel. Ella está más con la fruticultura, su hermano, con la ganadería. Una tercera hermana vive en Bahía Blanca, donde Laura estudió agronomía.
LAURA SÍ ESTÁ
Alguna vez me dijo: “A los que somos del valle y nos criamos al lado del río (el Río Negro), se nos hace muy difícil despegarnos de este lugar”. Por eso, cuando se fue a estudiar sabía que iba a volver. Es su lugar en el mundo.
– Cuando uno imagina inmigrantes en Argentina, lo primero que piensa es en españoles e italianos. El caso de tu familia es distinto. Cómo es la historia de tu padre Markan y eso de pasar 20 años sin ver a su esposa.
– Sí, tremenda historia. Mi papá llegó a la Argentina en 1953, su abuelo ya estaba acá hacía 20 años, por lo tanto, su mamá era chiquita cuando su papá, mi bisabuelo, migró. Mi papá se vino con su abuelita cuando pudieron comprar los pasajes. No estaba fácil, en el medio hubo una guerra de independencia, la guerra mundial, comunicación por carta. La decisión de que viniera con mi papá fue porque mi abuela no podía darle de comer a mi papá, la posguerra era durísima. Entonces se vienen los dos suponiendo que iban a poder volverse en algún momento, cosa que nunca ocurrió.
– ¿Es cierto que todavía tenés la valija con la que se vinieron?
– Si, claro. Y lo del pan me consta porque cuando tuvimos la oportunidad de viajar con mi papá a la aldea donde él había nacido, todavía quedaban algunas viejitas vivas e íbamos caminando y una le dijo “yo te hice el pan, Markan”. También tengo el molinillo de café que se trajeron. Mi papá siempre decía, “yo crucé un mar para venir a buscar trabajo y comida”. Por eso es que hay ciertas situaciones de Argentina que no se bancaba, hablo en pasado porque falleció hace dos años. Vinieron a buscar al otro lado del océano pan y trabajo. De hecho, acá conoció la harina de trigo.
– En ese marco, ¿cuál es tu historia e infancia con el campo y la ruralidad?
– Yo siempre tuve en la cabeza volver al campo. Me fui a estudiar agronomía a Bahía Blanca pero siempre dije que iba a volver al Valle. Hay momentos que me lo replanteo, porque no es una actividad sencilla. Fruticultura es una actividad intensa. Por otros momentos estoy muy orgullosa de lo que hago. Es una ambigüedad. Pero mi vínculo siempre fue muy sano. Yo iba a la escuela a la tarde y a la mañana, a los 9 años, manejaba el tractor y le ayudaba a mi papá a desparramar abono. No tengo traumas de aquellos años. Me quedaron aprendizajes, objetivos, claridad para lo que quería hacer y lo que no. Me ayudó a desarrollarme para la supervivencia, a tener la cabeza abierta, poder tomar decisiones. Y esto para mis hermanos y para mí. Todos vivimos eso. Volvían de estudiar y todos trabajábamos, no nos íbamos a la costa con nuestros amigos. Y no lo recrimino, lo estoy agradeciendo por todos esos aprendizajes que te decía.
– Si cerrás los ojos, ¿qué olores, sabores, colores, anécdotas, se te vienen a la cabeza?
– A mí siempre se me viene el aroma al río. Tenemos un Río Negro maravilloso. Viví mucho ir a pescar, con mi hermano, con mi papá. Y con nada. Una lonita, la caña, mate, y a disfrutar el momento. Obviamente el olor a manzana. El olor a pasto mojado de la mañana es un aroma que ¡guau! (exclama). Para mí debería haber un perfume con ese aroma. Las hojas del otoño también es un lindo aroma. Sin dudas, los jamones y las grapas que hacía mi viejo (se ríe). De hecho, todos los años para su aniversario elaboramos grapa en conmemoración. Es una manera de canalizar la angustia de ya no tenerlo.
– ¿Por qué agronomía? ¿Qué cosas creías que te gustaban antes de arrancar la carrera?
– Yo tenía claro que iba a volver al Valle. Sea o no a la empresa familiar. Papá siempre nos preguntó. Nunca nos obligó a seguir. Yo lo elegí porque quise. Estaba entre dos carreras, veterinaria y agronomía. Nunca me gustó depender de otra persona, por eso quería ser yo la que lleve adelante esto con los recursos que tengo. Obviamente contrato otros profesionales en lo contable o en lo administrativo, por ejemplo. Pero lo de campo me gusta seguirlo a mí. Yo siempre me proponía ser la mejor, pero no por el otro, por mí. Haga lo que haga, no quería que me quedara nada en el tintero. Si fuese hoy limpiadora de calles me propondría ser la mejor limpiadora de calles. Cuando tuve que tomar la decisión, la facultad de veterinaria me quedaba lejos, en Tandil, por eso me fui a Bahía Blanca y estudié agronomía. Después, cuando conocí Tandil me arrepentí, porque es preciosa. Pero bueno, agronomía me ha dado amigos y mucho conocimiento.
– Quiero preguntarte por la relación campo-ciudad: alguna vez me contaste que, cuando eran jóvenes, y vos y tu hermana llegaban al boliche, les decían “ahí vienen las chicas de la chacra”. ¿Cambió esa percepción de diferenciar los del campo y los del pueblo?
– Yo creo que los que nos hemos forjado en el campo somos distintos. Con esto no te digo que es mejor ni peor. Esta es mi realidad. Con mi hermana me llevo más de 13 años. Las historias han ido cambiando. Pero sí pasaba en la época de ella que había una diferenciación de cómo te vestías y dónde ibas. En mi época no tanto. Pero siempre hay una diferencia que no te puedo explicar. Yo lo veo en mis sobrinos, aún los que viven en Bahía Blanca, que están relacionados con el campo. Ellos tienen otro desarrollo, otro dinamismo, otras prioridades, resuelven situaciones.
– ¿Y eso de “los oligarcas del campo”?
– Eso es algo que ha sido más fogoneado por los políticos. No somos todos iguales, obvio. Hay de todo en todos lados. Mafiosos hay en todas las profesiones. Pero sí creo como mea culpa no nos hemos sabido defender. No supimos comunicar bien. No estamos preparados para la comunicación. Nosotros laburamos, bajamos la cabeza y punto. Y deberíamos estar quizás más formados en ese aspecto. Estamos errando en no comunicar la verdad de la actividad. Sobre todo, de las economías regionales, tan golpeadas y tan poco conocido. Por eso cada vez que hablo con alguien intento contarle lo que es la fruticultura y cómo la vivimos nosotros.
LOS PORMENORES DE LAS FRUTAS
– ¿Qué te parecería interesante que sepan las personas que viven en la ciudad, que van a la verdulería, o el mercado a comprar sus frutas y verduras?
– Siempre digo que cuando la gente compra frutas está comprando historia, salud, ya lo dice el dicho, “una manzana al día, el médico evitaría” (se ríe). Nosotros estamos plantando hoy y recién vamos a ver los frutos al séptimo año. Mi papá ha plantado árboles sabiendo que no se iba a sentar a su sombra y que no iba a comer sus manzanas. Cuando vos comés una manzana o una pera o una fruta estás comiendo historia, sensación, proyectos, visión a futuro. Es muy importante que la gente coma frutas, tiene un gran aporte nutricional.
– ¿Cuál es la mejor época para comer manzanas?
– Generalmente se cosechan en febrero-marzo, dependiendo la variedad pero se conservan todo el año.
– ¿Cuál es la brecha entre lo que les pagan a ustedes y lo que pagamos nosotros en una verdulería?
– El tema del precio viene ligado a los intermediarios, a otras cosas que hay en el medio. El productor percibe muy poquito de lo que se paga en la verdulería. Si vos la pagás a 400 pesos el kilo, supongamos, y nosotros como productor recibimos 100 con toda la furia, y creo que nos olvidamos de descontar alguna cosa porque nos mentimos bastante. Entonces hay mucha diferencia. Todo lo impositivo que hay en el medio. Nosotros vendemos la fruta al mismo precio en dólares que hace 20 años atrás.
– ¿Por qué siguen? O más bien, ¿cómo siguen?
– Porque tenemos sobre nuestras espaldas familias. Yo con 36 años tengo mochilones a mis espaldas que, si me equivoco, me fundo o me quiero ir a hacer pulseritas a Nueva Zelanda tengo familias que dependen de mí y quedarían en la calle. Es la parte más difícil de la fruticultura. Hay una falta de cuidado de esta actividad regional. Tenemos que seguir, pero nos vamos descapitalizando. Pero es una actividad maravillosa. Te prepara. A mí me ha ayudado a resistir presiones. Yo cuando estoy en la montaña a 3.000 metros de altura, pienso, “peor es ir a la cosecha, o las noches de helada”. Esta actividad me ha enseñado a empujar el límite todo el tiempo.
– La fruticultura demanda mucho empleo. ¿Cómo analizás esa situación? ¿Es uno de los temas que a veces te quita el sueño?
– Yo la verdad… lo digo bajito para que no me envidien (se ríe), tengo un equipo de trabajo fantástico, hemos logrado formar una familia con todos mis colaboradores. Trabajamos codo a codo, sabemos nuestras cosas personales, nos ayudamos, estamos. Realmente es un equipo muy valioso. Estoy muy orgullosa. Pero tengo miedo porque cuando se vayan jubilando estamos al horno, porque no hay generación de recambio.
– ¿Por qué creés que pasa esto, que no hay recambio?
– Por los valores, por la voluntad, son factores que están faltando en las nuevas generaciones… no generalizo, en algunos. Hoy los jóvenes y no tanto, los de 25-30, no toleran el fracaso, no soportan presiones. Cuando yo tenga que cambiar mi plantel laboral es muy probable que haya cosas que no puedan resistir y va a ser un problema. También hay que decir que en otros lugares se ha desarrollado una industria del juicio laboral, están prendidos todos y eso es un mal ejemplo para las próximas generaciones. Trabajás entonces con miedo, desconfianza, generas menos puestos de trabajo, te achicás. Son muchos riesgos y por eso muchos están optando por mecanizar también. No es mi realidad hoy, insisto, pero es lo que se viene.
FUERA DEL SURCO
– Al escuchar música, ¿cuáles son tus gustos?
– Escucho de todo, no soy fanática. Pero si tengo que elegir arranco por (Joaquín) Sabina, lo he ido a ver a recitales, me encanta ese viejo. Folclore, en segundo lugar, me relaja. Música de los 80s también por influencia de mi hermana.
– ¿Hay alguna actividad por fuera del trabajo en la que busques inspiración, reiniciarte?
– A mi me gusta mucho ir al río. Vivo a 50 metros del Río Negro. De chica, gracias a mi hermano y mi viejo íbamos a pescar mucho con mosca, es un río bellísimo. Hoy también hago kayak, me gusta el silencio de las aguas, como que te llevan. Hay una película que se llama “Ríos de la vida” o “Nada es para siempre”, según la traducción que pescan con mosca en Montana, EE.UU., trabaja Brad Pitt y en una parte de la película ellos dicen que se dejan obnubilar por el silencio de las aguas.
– ¿Y el montañismo?
– Sí, claro, hace unos años que empecé a hacer treckking de montaña. Eso empezó en pandemia, me entrené como pude porque estaba todo cerrado y me puse en la cabeza que iba a ir al Lanín (3.776 metros sobre el nivel del mar) y fue la primera que hice. Para mí el Lanín es mágico, es una especie de retiro espiritual que no me ha transmitido ninguna otra montaña. Después hice otras cumbres: el volcán Tromen (4.114 metros), el cerro Palao y montañas más chicas. Estoy por hacer el Domuyo (4.709 metros) que es el techo de la Patagonia (N de la R: al momento de la nota faltaba una semana para salir a esa expedición). Yo soy así, no me voy de vacaciones, pero me escapo a la montaña. Hay mucha camaradería, amistad, grupo, naturaleza, es una actividad que disfruto mucho. Hay una frase de (Miguel) Unamuno que dice que “el cuerpo se restaura con el aire sutíl de las alturas, que el alma se restaura con el silencio de las cumbres”. Y es así. Uno vuelve menos cargado. Las angustias las dejás allá arriba, las penas pesan menos. Te sentís más poderoso. Es un retiro espiritual, vuelvo cambiada.
– En series o películas, ¿qué elegís mirar?
– Me gustan las bélicas. Me encantó Vikingos. Me gustó mucho Outlander, me gusta toda la onda celta. También miro muchos documentales, me gusta aprovechar el tiempo aprendiendo. Literatura leo mucho históricas o sobre negociaciones. Hay un libro que te recomiendo que se llama “Rompe la barrera del no: 9 principios para negociar como si te fuera la vida en ello”, escrito por un ex FBI (N de la R: Chris Voss). Sirve para la vida cotidiana, con la suegra, los hijos, está excelente.
– ¿Un lugar que te gustaría conocer?
– Me gustaría ir a un país con más disciplina, ver un poco el orden. Me gustaría conocer Nueva Zelanda y Australia, por sus formas de manejo y los campos. Me encantaría conocer Irlanda. Por ahí andaría. Y dentro del país me gustaría conocer el Perito Moreno… antes que se derrita…
– ¿Una mujer que admires?
– Mamá Estela. Sin dudas. Es la palabra en persona de la resiliencia. Sabe salir de los problemas, siempre de buen humor, nunca habla mal de nadie, nunca piensa mal, está alegre, se pinta sus labios, más allá de todo lo que le pase o haya pasado. Y aún con sus hijos grandes sigue siendo mamá. Ella estaba embarazada de 5 meses de mi hermano y seguía manejando el tractor. Luchadora.
– ¿Algún tatuaje? En la piel o grabado a fuego en la vida
– Tengo varios chiquitos en la piel. Uno que en celta significa “Espíritu fluído o en armonía”. Uno vikingo que significa prosperidad. Tengo a mi papá con el escudo croata. Y tengo una frase tatuada que siempre decía él y es típica croata: “La sangre no es agua”. La tengo en el pie. La sangre tiene una carga, tiran las emociones. Somos todos muy pasionales.
– ¿Si tuvieses que elegir una frase sería esa? ¿O hay otra?
– Podría ser, pero una vez escuché una de Cervantes que dijo Antonio Banderas en una premiación, que la dijo tan bonita y vivida: “Como no estamos experimentados en las cosas del mundo, todas las cosas que tienen algo de dificultad nos pueden parecer imposibles. Pero si le damos confianza al tiempo este nos puede dar dulces salidas y muchísimas amargas dificultades”. Es una frase que uso habitualmente.
– Por último, ¿qué es para vos la fruticultura? ¿Qué le dirías a una manzana o un árbol de manzanas?
– Te vas a reir, pero yo lo hago, es algo que me baja a la tierra. La relación con la naturaleza es muy importante. Somos afortunados de poder hacerlo. Una vez escuché que Aristóteles decía que “la felicidad no es un estado, sino una actividad”. Entonces hay muchos momentos en los que no me siento a gusto y otros que sí. Entre las que me hacen feliz es estar entre las plantas, les agradezco, les digo que lindas están. Les hablo mucho a las plantas.
MUJERES EN CAMPAÑA
“ELLAS” es una serie de podcasts realizados por Infocampo con mujeres de campo que inspiran por su historia emprendedora, y que cuenta con el acompañamiento de “Mujeres en Campaña”, una iniciativa de New Holland Agriculture que ya tiene un camino recorrido y embajadoras de distintos lugares del país.
La Iniciativa Mujeres en Campaña (MEC) surgió cuando comenzamos a notar que existen muchas mujeres involucradas en el campo con grandes capacidades y que todas teníamos algo en común: la necesidad de compartir experiencias vinculadas al campo y al trabajo rural, nuestro principal objetivo es visibilizar el rol de la mujer rural en cualquiera de sus tareas sea como cliente o como una referente para el sector”, señaló Roxana López, referente de Marketing New Holland Argentina.
Desde “Mujeres en Campaña” desarrollaron el concepto de “embajadoras” que permite conocer un poco más de cada una en su rubro y, a su vez, difundir cómo trabajan y cómo se sienten.
El objetivo de este maridaje entre ELLAS y Mujeres en Campaña es llegar a mujeres de distintas edades y distintas zonas geográficas. “Nos enorgullece cuando un padre nos comenta que le recomendó a su hija inscribirse en nuestra plataforma para capacitarse y realizar algún curso de los que ofrecemos”, agregó López.
Desde la plataforma de MEC, se puede acceder a capacitaciones, foros, talleres, entrevistas y contenido de interés, además, cuenta con una Feria de Emprendedoras para dar a conocer los proyectos que lideran las seguidoras.