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La huerta del abuelo y el oficio del padre convencieron a Damián Scelza de producir en hidroponia. La llegada de sus hijos, a hacerlo sin agroquímicos y con agua de lluvia

Fuente: Bichos de Campo 20/06/2021 10:05:46 hs

A Damián Scelza no le sobraban conocimientos cuando arrancó a producir verduras bajo la hidroponia, el sistema productivo que cambia el sustrato tierra por agua. Por el contrario, él solo había estudiado algo de ingeniería industrial. Para para todo lo demás fue autodidacta, como muchos en ese nuevo subsector productivo. Autodidacta no quiere decir improvisado:

A Damián Scelza no le sobraban conocimientos cuando arrancó a producir verduras bajo la hidroponia, el sistema productivo que cambia el sustrato tierra por agua. Por el contrario, él solo había estudiado algo de ingeniería industrial. Para para todo lo demás fue autodidacta, como muchos en ese nuevo subsector productivo. Autodidacta no quiere decir improvisado: “Estudié mucho antes de lanzarme a un proyecto que fuera mi sostén y una vez lanzado me di cuenta de que mucho estudio no me servía sino la práctica y la experiencia”.

Su emprendimiento se llama Cultivos Hidropónicos La Viva Vida. Queda en Cañuelas.

Antes de lanzarse a la aventura de producir alimentos, Damián era vendedor y trabajaba en una empresa de distribución en la zona sur del AMBA. Hoy recuerda: “Ganaba bien y era una actividad que me gustaba, pero en un momento empecé a pasarla mal y empecé a evaluar qué me pasaba. Estudié coaching y me preguntaron qué me gustaría hacer si tuviera resuelta mi vida y no tuviera que trabajar. Me enojaba no poder responder la pregunta. Ahí comencé a conectar con la huerta, con mi abuelo, con el orgullo de su producción. Mi papá es herrero y también usa las manos para trabajar y era algo que a mi me encanta. Había algo que me decía que tenía que hacer algo más”, explicará a la distancia.

Mirá la entrevista a Damián Schelza:

Scelza primero quiso instalar una dietética, peor luego pensó que era más de lo mismo. Por eso se puso a hurgar en lo que era la acuaponia. “Ahí conocí la acuicultura, la fusión de peces con plantas… Hasta que llegué a la hidroponia”, cuenta su derrotero hacia la vida productiva.

El primer curso que hizo sobre hidroponia, muy básico,  le permitió modificar una cascada en su propia casa, a la cual le agregó tubos de PVC: fue su primer sistema hidropónico. A la distancia hoy se ríe porque “ahí me salió mucho de lo que podía salir muy mal pero la curiosidad me llevó a investigar y ver como lo solucionaba. Comíamos cosas diferentes, frescas y raras en casa”, recuerda.

Convertirse en padre -hoy tiene un hijo de tres añoñs y una pequeña beba de solo dos meses- le cambió por completo la perspectiva, porque ya dejaba de estar en juego solo lo que comía él sino también su descendencia. “Ese momento me marcó con la decisión de incursionar en la hidroponia, para comer mejor y más sano. Mi filosofía es que si algo no lo puede comer mi hijo, entonces no te lo vendo”, ratifica dos años después.

“Mi proyecto hoy tiene una mirada nueva en producción y comercialización, con foco en la eficacia, la tecnología, la sanidad del cultivo, el aprovechamiento de recursos como el agua y una huella de carbono baja”, describe absolutamente consciente de lo que hace. Su invernadero, de unos 1000 metros cuadrados, tiene el sistema de piletas y no el más difundido NFT (de cañerías donde circula permanentemente el agua) porque este sistema es muy dependiente de la luz eléctrica. En Cañuelas, donde finalmente se instaló, sufría gran cantidad de cortes del suministro. “En enero, en 3 o 4 horas sin luz, podés perder toda tu camada productiva”. alerta.

Entonces es en piletas de unos pocos centímetros de profundidad en dónde las plantas reposan y crecen, raíces en el agua y hojas de gran aspecto que flotan sobre placas de telgopor agujereadas simétricamente. Los nutrientes que las plantas necesita se colocan en el agua, que se oxigena como una pecera, y se miden con regularidad, pues son el alimento de las plantas. “Yo acá mido 3 veces por semana y corregimos una vez por semana si hace falta. Nivelamos PH y soluciones nutritivas”, dice Damián.

Scelza destaca una de las cosas en que no muestra flexibilidad: su sistema se alimenta solamente con agua de lluvia, que es recogida cuando cae directamente sobre la cobertura plástica del invernadero. “Tenemos que estar pendientes del tiempo para llenar el estanque e ingresarlo al sistema”, explica.

Otro detalle que pensó estratégicamente es la profundidad de las piletas. “Nuestras piletas tienen aproximadamente 30 centímetros de alto con lo cual yo sé que ya con 15 centímetros se puede producir lechuga, el agua restante me sirve de buffer de temperatura, lo que da más estabilidad al sistema”, define.

Eso le permite pasar bien el invierno. “En esta etapa donde arrancamos con temperatura de 8 grados, midiendo la pileta tenemos 14 o 15 grados. Durante la noche el agua está mucho más caliente que el ambiente, entonces me va liberando temperatura, durante el día esa temperatura se absorbe y tengo más estabilidad dentro del invernadero”, amplía el emprendedor.

¿Agroquímicos? Nada. Ni en las peores circunstancias. Es algo que se prometió no hacer cuando fue padre.

“Nosotros usamos jabón potásico, aceite de nim, prevención manual, y si tenemos que tirar, tiramos. Lo que es insectos y plagas, tratamos de mantener mucho espacio de prevención. Las mallas antiáfidas nos sirven para que no ingresen plagas. Luego, en algunas lechugas hay pulgones, y no es que vamos a combatirlos sino que se venden así”, relata Damián.

Esta estrategia ha tenido sus costos, pues en enero pasado ingresó un hongo a las piletas que se llevó puesta gran parte de la producción. Pero Scelza se mantuvo impasible y no apeló a los fungicidas. Finalmente logró combatirlo con una bacteria positiva llamada Bacillus Subtilis, que es un probiótico.

Actualmente en este emprendimiento de Cañuelas se produce lechuga mantecosa, francesa y morada; también radicheta, y ya están en etapa de prueba con rúcula. Pero, inquieto, Damián comenzó también a instalar unas camas de piedra donde “pudimos hacer otros productos, con otros requerimientos”.

“El desafío es abrir la cantidad de artículos para sostener la oferta y la logística. Por eso en esta última etapa hicimos eneldo, cilantro, perejil, pak choi, nira, tomates de diferentes variedades y remolacha”, enumera.

“La experiencia en tomate fue muy novedosa porque la hicimos sobre carbón, algo que está al alcance de cualquiera. Buscamos variedades raras para tener una diferenciación en el mercado y defender mejor nuestro producto. Pero lo que buscamos más que nada son variedades resistentes a las plagas que no necesiten mucha mano de obra atrás y a las que no tengamos que echarle nada”, explica. Y agrega: “Quizás tengamos rindes más bajos pero sosteniendo esta filosofía de un producto de calidad, con sabor y libre de pesticidas”.

-Vos eras vendedor… ¿Te resultó sencillo vender las verduras de un emprendimiento hidropónico?

-En la primera etapa no sabíamos cómo hacerlo y tampoco nadie sabía lo que era, las posibilidades de consumo eran difíciles. Entonces agarramos unos tubos de PVC, los llenamos de agua y pusimos las lechugas dentro, llevándolos como exhibidores a las verdulerías. Mostramos el sistema para que la gente lo conociera y me di cuenta que impactaba mucho más la mirada hacia la lechuga que hacia el sistema. La veían y el impulso de comer eso que estaba rico generaba la venta. Ahí le pusimos una bolsa para conservarla y embellecerla y buscamos que fue visible para que la gente preguntara. Nuestro canal de venta es el canal orgánico o agroecológico y verdulerías donde me interesa generar una relación. Si el verdulero valora el producto lo va a ofrecer. Se busca esa sinergia.

-¿Y cuál sería tu principal consejo para aquellos que quieren emprender un caminoi parecido?

-Lo que hice que me salió bien fue seguir haciendo las cosas después de que me salieron mal. Persistir a pesar del error.

 

 

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