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“Los vinos son mis hijos”, dice Daniel Mileta, quien halló un paraíso en Los Altares: Allí montó un viñedo y su bodega, recibe turistas y les muestra huevos de dinosaurios

Fuente: Bichos de Campo 13/10/2024 09:07:42 hs

Daniel Mileta (63) no se explica la razón de que semejante lugar tan maravilloso, Los Altares, no esté incluido en el recorrido que se ofrece al turismo extranjero. Por un caso de inseguridad decidió mudarse desde el Gran Buenos Aires a la Patagonia, a Chubut, más precisamente a Puerto Madryn. Y luego de varios años

Daniel Mileta (63) no se explica la razón de que semejante lugar tan maravilloso, Los Altares, no esté incluido en el recorrido que se ofrece al turismo extranjero. Por un caso de inseguridad decidió mudarse desde el Gran Buenos Aires a la Patagonia, a Chubut, más precisamente a Puerto Madryn. Y luego de varios años de trabajar por toda esa provincia y Santa Cruz, concretó un gran sueño que tuvo junto a su único hijo varón, Nahuel: el de montar su viñedo y su propia bodega en un campo que compró en Los Altares, un pueblo ubicado en el centro de la provincia de Chubut, a mitad de camino entre Madryn y Esquel, sobre la Ruta 25.

Pero adentrémonos en la historia de Daniel para comprender por qué actualmente, alternando su vida entre la belleza del paisaje de Puerto Madryn y el paraíso que se montó en un campo cercano a la comuna de Los Altares, ha decidido ponerlo a la venta para emigrar de nuestro país hacia Australia, donde hoy reside su hija Camila. Le preguntamos:

-¿Cómo fue tu infancia?

-A los 8 años gané un trofeo como bailarín de folklore, en San Antonio de Areco, que no lo podía levantar de lo grande que era. Y además jugué al fútbol en la novena de Chacarita, también en River y en Platense. Curiosamente monté una bodega, pero no bebo alcohol, ni vino ni cerveza, porque a los 18 años sufrí un coma alcohólico, siendo futbolista. Un pecado de juventud que me llevó a no querer probar una bebida alcohólica de por vida.

-¿Y qué pasó que, ya siendo mayor, de vivir en el Gran Buenos Aires, emigraste hacia la Patagonia?

-Yo era vendedor de una empresa multinacional que produce alimentos para el desayuno.  Los retiraba en San Martín y los entregaba desde Maschwitz hasta San Antonio de Areco. De pronto hubo una ola de inseguridad muy trágica y le pedí a los directivos de la misma que me trasladaran a cualquier destino, afuera de Buenos Aires y del Conurbano. Me ofrecieron Patagonia, donde la empresa aún no estaba presente con sus productos, y acepté.

-¿A qué parte de Patagonia te mudaste? Y en esa época tuviste tus dos hijos.

-En 1990 me mudé a Puerto Madryn. Mi hijo Nahuel tenía 3 meses cuando llegué, y Camila nació después en esta misma ciudad. Monté una distribuidora de los mismos productos para todo Chubut y Santa Cruz, con 25 empleados, y llegué a ser el mejor distribuidor de la empresa en todo el país. Pero luego de unos años me agotó todo eso y abandoné la distribuidora.

-¿Y a qué te dedicaste?

-En 2004 compré dos camiones para hacer fletes, pero más tarde hice la carrera de Martillero Público y abrí una inmobiliaria. Compraba casas y las refaccionaba. Como mi papá había sido maestro mayor de obras – y entre muchas otras obras, hizo el hotel “Tandil”-, yo sabía bastante del tema y tengo buen ojo para eso. También vendía campos y en 2013 me dieron éste, de Los Altares, para venderlo, que era de un canadiense. Y en vez de venderlo, cuando vi semejante paisaje, tan majestuoso, le propuse a mi hijo Nahuel de comprarlo, y le gustó la idea. Así lo hice. Tiene una superficie de 3800 hectáreas, en medio de un valle fértil, de suelo arenoso limoso, porque el río Chubut pasa por un pedacito de mi campo, que además está atravesado por la Ruta 25, a la altura del kilómetro 313.

-Contanos sobre el entorno que rodea a ese campo, que tanto te ha deslumbrado.

-Los Altares es una comuna de apenas 150 habitantes. Se lo llamó así porque tiene dos prominencias rocosas. Un español de la colonización venía en barco por la costa y se internó en la estepa patagónica buscando agua. Al llegar a aquí exclamó asombrado: “¡Éstos son los altares de los dioses!”. Uno de ellos tiene entre 60 y 80 metros de alto. En mi campo, la era jurásica, está a flor de piel. Hallé peces petrificados en forma de láminas, en las rocas, huesos, y huevos de dinosaurios más grandes que una pelota de básquet. Hoy recibo turistas, que quedan fascinados cuando ven todo eso, porque armé mi pequeño museo.  Algunos están fosilizados como una roca. Hace 4 años hice el curso de guía de turismo rural.

-¿Qué otros curiosos atractivos tiene el paisaje que rodea a tu campo?

-Quien llega, queda fascinado por un verdadero paisaje de ensueño. De un lado se ven cerros de entre 200 y 500 metros, uno rojo, de óxido de hierro, otra verde azulado, de óxido de cobre, marrones, uno celestón, porque es de uranio, uno violáceo, que no se de qué mineral es. En Jujuy están mezclados, como el cerro de siete colores, en Purmamarca. Pero acá, cada cerro es de un solo mineral, y por lo tanto, de un solo color. Es fantástico. Me hace acordar al Cañón del Colorado, de Estados Unidos. Hay una montaña que posee una mezcla de un material similar al vidrio y al atardecer toma un color rojizo. Un acantilado tiene 90 metros de alto por 180 metros de ancho, con la forma de un barco, que va tomando diversos colores según la luz que vaya recibiendo durante el día.

-¿Y cómo se les ocurrió montar un viñedo y una bodega?

-Mi hijo Nahuel ya era mayor y vivía en Buenos Aires. Le pregunté por teléfono qué se le ocurría que pudiéramos hacer en el campo. Buscamos qué producir en este valle frío, y las opciones estaban entre papines andinos, tomate, cebolla o un viñedo. Nos decidimos por armar un viñedo y me pasaron el teléfono de la única enóloga que en ese momento había en toda la región. Me contactó con un productor, dueño del vivero Savia, en Rivadavia, Mendoza. Entonces viajé hasta Buenos Aires, pasé a buscar a Nahuel y nos fuimos a comprarle plantas de vid. Nahuel me dijo que en el año siguiente iba a ponerse a estudiar enología, lo que me llenó más de entusiasmo. Mi hija, Camila, se fue a vivir a Australia.

-Todo iba de maravillas, hasta que ocurrió una desgracia, que te marcó para siempre, pero no te paralizó, cosa que suele suceder si uno se deprime.

-Sí, en 2013 perdí a mi hijo, y eso me alteró tanto que me separé de mi segunda mujer, porque quería estar solo. Cuando le ocurrió el accidente yo estaba plantando las vides, solo, en el campo. Me pasé un año en crisis total, sin hacer nada. Él iba a ser el enólogo de la bodega. Frente al cajón le prometí hacer la bodega, y hoy mis vinos llevan los nombres de mis dos hijos: los tintos se llaman Nahuel y los blancos, Camila, que sigue en Australia. A mi bodega la llamé “Los Altares”.

-Quiere decir que continuaste con el proyecto vitivinícola.

-Sí, alternaba entre el campo y Madryn, donde tengo un departamento. Al principio alquilaba una casita en el pueblito de Los Altares, hasta que en 2022 empecé a hacerme una cabaña en el campo y la terminé el año pasado. Actualmente, en invierno, paso 5 días en el campo, y 10 en Madryn. En verano, hago al revés. Construí una bodega con ladrillones rosados con las juntas al ras de los ladrillos, no con juntas tomadas. Tengo una cortina de 15 a 20 álamos de unos 30 metros de alto, que deben tener 50 o 60 años, para cortar los fuertes vientos. Tengo una vista maravillosa, y el río Chubut pasa a 10 metros de mi casa.

-Contanos cómo empezaste y desarrollaste el viñedo.

-Compré 6000 barbechos en el vivero Savia, de Rivadavia, Mendoza, de uvas malbec, torrontés y chardonnay. Monté dos hectáreas de viñedo, porque debía plantar 3000 vides por hectárea. A la que más le costó arrancar fue a la cepa de malbec, que es la más débil. Las otras dos son resistentes y maravillosas.

-¿Qué característica tienen tus vinos?

-En este campo tenés agua pura y algo único, que es la refracción solar por el rebote de los rayos que chocan contra los acantilados, lo que les da un sabor diferente a mis vinos, los hace más frutales. Yo hago el vino bien natural, lo que hoy es casi inviable. Pero yo lo hago porque representan a mis hijos, es más, diría que “Los vinos son mis hijos”, y no ahorro costos en eso.

-No te debe ser fácil luchar contra las heladas extremas.

-Un problema de acá, son las heladas tardías, porque puede llegar a hacer entre 13 y 14 grados bajo cero. Compré 50 estufas que funcionan con aceite viejo. Las coloco antes de que empiecen los brotes de las plantas, porque el peligro está cuando brota el bulbo, cuando la planta está naciendo. De acuerdo a de dónde viene el viento es adónde las colocás. Por ahora, la de malbec aún la está peleando y por eso hago poco vino tinto. Hace 3 años hubo una helada de 14 grados y justo yo no estaba para encender las estufas y protegerlas, entonces me quemó las uvas malbec. Con las estufas lo llevo a 9 o 10 grados y la helada no me mata las plantas. Este año están mejor y ya empecé la poda de primavera. En Mendoza ya terminaron de podar y acá recién empezamos, por el clima más frío, claro.

-Contanos de la producción en tu bodega.

-Hago un vino orgánico, pero sin certificarlo, porque esto es caro, de modo que deben creer en mi palabra. Ahora estoy envasando un Chardonnay, un Torrontés, un Espumante de Torrontés y dos Orange, uno de Chardonnay y otro de Torrontés, todos blancos con el nombre de Camila. El Orange es un vino elaborado con sus hollejos durante un período largo. Poca gente sabe que hay un malbec blanco, que se hace sólo con el jugo de la uva tinta, sin el hollejo ni la cáscara. Estoy haciendo un “Blend de Malbec Embarricado” al que le puse Nahuel. Hace 4 años saqué la primera producción e hice 700 botellas. El segundo año hice más de 1000, y el tercer año, más de 2000. La primera botella se la llevo a mi hijo y la entierro al lado de su tumba, que está en Madryn. Le prometí llevarle el primer vino de cada temporada y de cada cepa.

-Se nota que tu hijo Nahuel está presente en cada uno de tus días y de tus actos.

-Yo creo que mi hijo está a mi lado y me protege. Un día se me cayó un tanque de agua de 1000 litros y me pasó a dos metros. Me corrió un frío por el cuerpo y dije “¡Gracias Nahuel!”. Otra vez iba en el tractor y un alambre San Martín se enganchó en la punta de mi zapatilla y me hizo girar el tobillo hacia atrás, al punto que me tiró al medio del campo y el tractor siguió andando. Al observar mi pie, vi que me había cortado la zapatilla y me había quedado la marca del alambre, de modo que pudo habérmelo cortado a la mitad. Y volví a decir: “¡Gracias Nahuel!”.

-¿Y hubo más situaciones?

-Sí, otra vez, me había subido a una escalera, a dos metros de altura, en la bodega, con la hidrolavadora, para lavar un tanque de acero de 1000 litros, pero vacío, que pesa unos 300 a 400 kilos. De pronto me agarré del tanque y se me vino encima. Como de joven había practicado artes marciales, sabía que debía proteger mi nuca en la caída y apreté mi pera contra el pecho. Así me golpeé sólo mi espalda y no me desnuqué. Me quedó un brazo debajo del tanque, de modo que no podía salir y estaba solo, en la bodega. Pude pedir ayuda a un vecino con mi teléfono y éste vino con otro vecino, que juntos, pudieron levantar el tanque y liberarme. Y volví a decir: “¡Gracias Nahuel!”.

-¿Y quién te queda de familia, físicamente?

-Tengo una hermana en Portugal y mi hija en Australia. Hoy ya no quiero vivir solo, quiero estar junto a mi hija. He decidido poner el campo a la venta porque quiero irme a estar con ella. No es fácil deshacerme de mis vinos, que son mis hijos, y dejar este paraíso. Pero ya he tomado la decisión. Lo vendo a tranquera cerrada y quien lo comprara, podría seguir con mi enólogo, Darío Maldonado. Le quedarían todas las habilitaciones, que son muy difíciles de conseguir. Espero encontrar a alguien que quiera seguir con estos vinos, con la misma pasión que les puse yo, ya que llevan mi vida y mi historia familiar en sus etiquetas.

Le dedicamos a Daniel Mileta, el bello loncomeo “Lamento araucano”, de y por el chubutense Pancho Quilodrán, de su disco Expresión Cordillerana.

 

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